Apuntes sobre «Crónicas llanas» de Igor Barreto
Por Jesús Montoya
Ardua es la tarea de intentar desentrañar el sentido de una obra tan meditada como la de Igor Barreto. Parece que entre sus páginas hubiese estado superpuesto el conocimiento por encima de las sensaciones a las que rinde cuenta desde el pasado, o bien partiendo de un tiempo en el que la alabanza al paisaje se deforma en palabras sencillas, certeras. Pero lo sensorial, que también llega a ser espiritual, no se esconde, sino se tiñe de universos mínimos, los universos de una poética progresiva que construye el llano venezolano por medio de su historia y de la cercanía que expone el sujeto al vagar:poesía de la anécdota, de lo cotidiano, y en ella, en su íntimo encuentro con el hombre, la palabra como un ente germinador del espacio, el lenguaje que crece en la planicie de la llanura inundada.El sujeto transforma su faceta en un vínculo entre lo popular del llano y de sus habitantes, vivos o muertos, tal y como ocurre en su tercera obra, Crónicas llanas (1989) dándoles voz y enunciación ante un paisaje que permanece mudo en trémula quietud, movido apenas por la reconstrucción de una realidad que se desplaza en bongo por el agua del Río Claro o del Río Arauca hacia distintas experiencias maltratadas, iluminadas.
Existe pues, la representación momentánea más no estática de distintos hechos donde las referencias específicas de los lugares, de la flora y de los personajes diluidos en el poema-crónica no entorpecen el imaginario del lector, su lenguaje apunta hacia una particular universalidad.
Este es un poemario que crea una atmósfera de flotación: el agua corre entrando hasta la muerte —como habitual experiencia— de estos personajes populares, y posee, a su vez, una doble apariencia que está determinada, en primer lugar, por el movimiento de un viaje en plena transición, y en segundo lugar por el ahogo definitivo de las cosas: La curiara con rapidez / se acerca para auxiliarlo: / pero ya es tarde / En silencio desapareció, / con naturalidad / y hasta con gracia: / Nunca pensé / que la muerte / fuera tan breve (p. 63).
El agua, más que encarnar un transporte hacia la muerte, refleja los cambios y los distintos movimientos del ritmo textual. En este sentido, la unificación que poseen algunos poemas como El silencio transcurren hasta Escuchando en silencio a Don Julio César Sánchez Olivo hilan el sonido y el silencio envuelto en cada cosa y se transporta con ellas, hasta ellas, como si se tratara de un poema-puerto: EL silencio lo aprendí de un cordel blanco / a la orilla del río (p. 43). El sujeto conversa con los peces, el viaje es interno y externo en paralelo: el nylon que lo trae a sí mismo lo traslada en bongo al vaivén del bongo del texto siguiente:
…………..EN esas soledades
podía sentir el sonido de un bongo
aun a la distancia.
Incluso,
de acuerdo al ritmo
y tenor de los pasos
sobre el entablado de la embarcación,
adivinar su forma
y largura.
Algunas tardes, después de la lluvia,
escuchar la campana de un pueblo lejano
era posible.
.
Un sonido que tenía el ancho de todas las cosas.
.
Un hombre
salvó su vida al oír a sus asesinos conversando
cuando éstos venían a tres kilómetros de su casa,
otro
preparó la llegada de su hijo: durante la noche
le escuchó encender la radio,
por caminos con olor a bosta
y luciérnagas.
.
Todo era afinar la voluntad y el oído
y sólo eso fue en aquel tiempo,
mi mayor ventura. (p. 45)
De tal manera que el sonido puede representar una forma de salvación y de rescate. Por otra parte, la crónica establece un espacio de diferencia respecto a la poesía, en tanto que la primera se identifica con la prosa y la segunda con el verso. La crónica sirve como un testigo discursivo pleno de la poesía, la sustenta en su intimidad y en ella reside, como consecuencia, la colisión y la claridad de una escritura múltiple, mimética y alucinada que abre paso a una credibilidad en el lector más transparente. La convergencia de ambos géneros hace que la crónica se vuelva una justificación de la poesía, o de la experiencia poética, en todo caso; y el poema, una justificación de ambas:
Viernes 9 de julio de 1982.
Río Arauca.
NAVEGO con las indicaciones que me diera un señor de
apellido Castillo. A pesar de lo precisas que aparentaban ser, el
río siempre las contradecía: donde era a la derecha, fue a la
izquierda; donde era Hartaona fue El Tuqueque. Luego de ocho
horas, por fin llego al Médano de Cabuyare. Es un médano a las
orillas del Arauca, con su casa de posadas y un bosque de
algarrobos. Al verlo, he recordado esa edad feliz y distante. En
su honor compuse este poema:
.
Vuelvo
al Médano de Cabuyare.
.
Hay árboles con barbas
a la orilla
del río.
.
Ya nadie
reconoce
al viajero. (p. 46)
Dentro de su estructura Crónicas llanas se divide en tres partes: los poemas que componen la obra, un texto en prosa que se presenta como una poética llamado Una escritura y Cinco poemas de Lucian Blaga, unas traducciones hechas por el propio Igor a los poemas del autor rumano que parecen pistas de su concepción de la poesía en el traslado de ella a otras lenguas y que, en definitiva, terminan de plagar aún más de universalidad la obra, dejando como una constante, a su vez, en Una escritura la importancia de la conciencia del poeta, o de la búsqueda de esa conciencia en los muros regios del lenguaje: el sentimiento y el pensamiento hermanados deambulando internamente en la pesquisa de una escritura ideal tras la que, encubiertos, yacen los signos y el silencio que el sujeto desconoce: el pensamiento escribe, reescribe y olvida, la escritura originaria deviene de su imposibilidad de ser plasmada, en su materialización existe una condena. En Crónicas llanas la luz es silencio donde nace la escritura.
En una entrevista realizada por Rafael Arráiz Lucca a Igor Barreto que data del año 1988, y que fue publicada en el año 1994 en un volumen llamado Conversaciones bajo techo por la Editorial Pomaire. Igor explica con íntegro convencimiento lo que hoy en día conocemos como el proyecto de su obra completa El campo / El ascensor (Pre-Textos, 2014), y cuyo libro base indudablemente más que sus dos primeros poemarios es Crónicas llanas:
Cada vez que me siento cerca del abismo me voy al llano. Es una fantasía porque esos retiros se hacen con las herramientas del mundo urbano. Nadie se retira hacia ningún lado. Eso que decía Drummond de Andrade cuando estoy en el campo pienso en el ascensor y cuando estoy en el ascensor pienso en el campo. Yo soy ese sujeto. Aunque mi campo es distinto. En mi poesía el paisaje es del campo en invierno, en él desaparece el hombre a caballo. El agua el motivo central. Frente al fuego, al calor (elemento masculino) está el agua, la intimidad (elemento femenino). Mi próximo libro (Crónicas llanas) está relacionado a los ríos, al invierno y a todos los motivos relacionados con la muerte del río: remolinos, las muertes por caimán, el cambio de estaciones. Este es un paisaje en vida, mientras que el verano es de muerte. El llano inundado es la vida. (p. 130)
Es Igor, en verdad, un poeta consciente de su poesía: en ella forja una poética de lo interno y de lo externo, arrinconada y libre, en ruina y sin máscaras. Un llano inundado mas no carente de movilidad, dibujado por una escritura que representa un paisaje, mas no lo embellece: he ahí que la obra de Igor resida como una nueva posibilidad dentro de la poesía venezolana. El paisaje como un campo en invierno, dotado de tranquilidad, alejado de la furia del verano y del fuego, constituido sobre el agua, un agua que es, ante todo, sustento y vida; pero que también engloba la contraria divergencia del escape. El agua es la vía en la que el paisaje árido y alabado se ahoga, la vía en la que el llano vuelve a respirar, por la que, en definitiva, sus personajes olvidados emergen desde el llano inundado.
Jesús Montoya. Tovar, Venezuela, 1993. Estudiante de Letras mención Lengua y Literatura Hispanoamericana y Venezolana de la Universidad de Los Andes. Ganador en la mención de poesía por el libro Primer viaje del XXIII Concurso de cuento, poesía y ensayo, convocado por la Dirección de Asuntos Estudiantiles (DAES) de la Universidad de Los Andes (2013). Con el libro Las noches de mis años obtuvo el premio en la mención de poesía de la edición XII del Concurso para Autores Inéditos de Monte Ávila Editores (2014). Asimismo, fue merecedor del primer lugar del XVII Concurso Nacional de Poesía Joven Lydda Franco Farías convocado por la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello por el libro Fueron las olas (2014). La fotografía utilizada en la imagen de cabecera pertenece a Wladimir Hilewski.