Jorge Aulicino

Muestra poética

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Corredores en el parque
(2016)

 

 

así como los merovingios decayeron y degeneraron

Así como los merovingios decayeron y degeneraron
en bebedores, idiotas de ambición, menores,
así la tarde ha pasado de un raro castaño general
a un gris vidrioso y caliente atravesado por insectos
que dan vueltas alrededor de dos luces ahí no más, en un balcón
cuyos bordes están herrumbrados, y recién me doy cuenta.

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ahora, las cosas que no son fundamentales para mí

Ahora, las cosas que no son fundamentales para mí
forman una difusa legión, como ciertas veces las sombras en el día.
Son, entonces, las cosas realmente importantes y casi siempre inaccesibles.
Ahora, llueve sobre el río: no hay nada más inútil que esta lluvia sobre al agua.
Tal vez nada más fascinante, por otro lado.

Papá se achicó con los años. Aunque no podía contener su ira natural
y tampoco descuidaba su pelo ni su cara, hablaba a veces en italiano
y se mostraba atento a muchas cosas que para él antes no eran nada.

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El Cairo
(2015)

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expresionismo

Bien podría, porque lo primero
que vi, o recuerdo como primero,
fue una columna de bronce del alumbrado
y no había tales cosas allá;
bien podría, porque el olor de las bocas de los subtes
y el puerto, y la adusta avenida diagonal
fueron la respiración de un monstruo aventurado,
que crearon cuando dormía en la nada
y conocí recién a los 14 años
–al Centro de la ciudad me refiero–:
bien podría ser que haya salido apenas desde un viaje
iniciático al fondo o la cumbre de la civilización,
y su gramática romana; pero sin embargo no entiendo ahora
su apuesta; duermo en medio de esto,
que se reanima cada mañana y es inabarcable:
casas, ocultas algunas entre árboles, ventanas
del gabinete de Caligari en ciertos barrios,
edificios de vidrio, el ronco sonido permanente,
las voces que viajan sobre los techos, el nubarrón cargado
de medioevo y de otras voces, tan broncas incluso,
perdidas en desiertos, la Tartaria, en los desfiladeros
junto a un río que entreví desde un tren; cúpulas.
Apuesta que hunde la tierra hacia su centro,
que aplasta los despojos, la basura y los minerales
hacia el centro magnético, que desequilibra,
que se entierra a sí misma, transformándose en
capital y en horas muertas; el rugido inabarcable también
del viejo león del zoológico; todo ruinas previas, en fin.
Y ahora que veo la cabeza de una mujer anciana
–lo único que se ve a través del vidrio, desde adentro
del local, el resto lo oculta una especie de esmerilado–,
no sé si esta mujer avanza muy lentamente, por la edad,
o se trata de su cabeza que pende desde la marquesina
y alguien mueve lentamente, mirando hacia el interior del café
que el dueño prefirió llamar brasserie.

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landscape

París se ha hundido en el recuerdo de sí misma
y flota casi en el fondo del mar, con su exaltada ruina
y los cielos metódicamente iguales, grises, tras los techos
de pizarra, o el sol sobre el Pont Neuf, gris amarillo.

Esta ciudad es americana; su crepúsculo, copiado de todas las ciudades
norteamericanas, del margen de Brooklyn, como todo lo norteamericano
legítimo. Esta ciudad es americana como todas las grandes ciudades
americanas, como todas las grandes ciudades, como Río, México, Shangai,
pero su crepúsculo es un crepúsculo americano, norte y sudamericano,
de persianas trancadas, pintadas con violentos garabatos, veredas
que resisten mejor rotas, papeles y silencio áspero de un domingo
a la tarde. La luz tiene otro comportamiento sobre los rostros.
Delata el paraíso nunca tenido, el impulso de destruir y alzar,
el impulso del trabajo; una pragmática.

Junto a la pared del convento franciscano, sucia, entre dos
contenedores de basura, una mirada atraviesa todo lo que de
historia, de cuartos y estudios, intelectual rechinar de dientes,
pinceladas, palabras, tiene aquella otra tarde, sumergida.
No atraviesa el Sena la mirada. Atraviesa lo que escasamente
perdura de la Historia en nuestro andar, lo único que nos queda,
pues ropa, mirada, palabras, están teñidas de pragmática,
de presente y no de palabras. Esa mirada entre los contenedores
es puro hoy. Ni Hugo, ni Dickens, ni Hemingway siquiera.

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saint germain des prés

El viejo temor. En una iglesia de París
encendí una vela y no supe –aun con mi más
ferviente deseo penetrando mis huesos,
como el frío entre aquellas piedras medievales–
si podía creer, si me era dado creer, si mi fe era cierta
y aceptada. Eran indescifrables los labios
de la Virgen en aquella piedra tan gastada.
El viento, no el de ayer, no el del Quinientos,
un viento frío de hoy –aunque puro en cierto modo,
o puro contra todo– apagó una vela. Creí que era
mi pequeño cirio, mi querido cirio, el cirio de mi deseo, rojo
en su cápsula de vidrio. Y aun creyendo
que había perdido todo, que la boca de Dios
o del Averno
o del siglo
lo había apagado,
lo volví a encender
con el mismo encendedor de plástico.
Y luego de rezar de algún modo, me di cuenta
de que no era mi vela la que había vuelto a encender,
sino otra, la de al lado, chamuscada, vieja, ennegrecida.
Fui raramente feliz y lo confieso.
Sin quererlo, había avivado otra plegaria,
un rezo desconocido, el rezo de otro.

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El camino imperial, escolios
(2012)

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dinastía han, 194 d.c.

Bien lo dices: «Qué clase de emperador
soy que no tiene morada y habita un país en ruinas»;
el entendimiento en ruinas, asimismo.
Hice dádivas,
mientras tallaba mi palacio en oro.
¿Los que invaden mi reino son pueblos justos?
¿Todos beben según su necesidad en los ásperos campamentos?
¿El líder es probo?
De nada te sirven estas preguntas.
Planta tú mismo el arroz devastado.
Únete a tu pueblo.

Naufragará en el Yang Tzé el pensamiento único.
En cada uno de los Tres Reinos
habrá una semilla de verdad.

La espada tiene término.
Donde quiera, el Espíritu soplará.
Y dirá incluso Cao Cao el poderoso:
«Aun las serpientes aladas
se convierten en polvo».

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olímpicas 2

Prometeo liberado de sus cadenas
va con ellas
por la calle golpeando a los falsos ciegos,
a los inválidos,
a los menesterosos,
como si todos ellos
fueran mercaderes en el templo.
He ahí
dice Zeus,
el resultado
de condonar, compadecer, indultar
y, por así decirlo,
el resultado general de la piedad.

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Cierta dureza en la sintaxis
(2008)

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4

La comadreja representa a quienes estuvieron deseosos
de la palabra divina, pero que nada hacen con ella
cuando la han recibido. Y crían en las orejas.
La comadreja representa a quienes quisieron la gracia
y la gracia les fue dada, para nada.
No te muevas si encontrás a la comadreja
en la escalera o en el asiento de un taxi.
Reptará su pensamiento hacia lugares hollados,
porque, segura de la gracia y la palabra,
no se le ocurre qué hacer sino vagar
por donde hubo ciudades que los ejércitos
aplastaron con botas y llenaron de condones.
Más bien continúa construyendo el merecimiento
para que descienda la luz blanca o celeste sobre vos,
cuando realmente te distraigas en tu trabajo de desollar,
carpir, doblar, aventar, guardar o sacudir.
Aunque andes descalzo por los muelles ásperos
de tu propio pensamiento, habrás de distraerte profundamente
para no recibir en vano la amistad del reino,
para no deambular con la comadreja.

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31

Hablo de los tiempos del conquistador y de los veranos perdidos.
Pueden creer que esto es poco para oda, porque necesito el okay
de un lenguaje fluido.

Comieron cuero y ratas para fundar almacenes y curtiembres.
Engendraron para traer revoluciones de pacotilla.
Y sin embargo, ejércitos.

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32

Ningún eldorado. Sólo las olas y la baba de los muertos.
Ningún latido de plata ni de oro. Sólo monedas opacas.
Ah, sí, imposible de creer. Meses de navegación oleosa,
no por un sueño, pues aquellos cráneos no soñaban.
Buscaban la lavada claridad de las cosas.
Rezaban al cañón y morían en los pastos.

¿Lo veis? El pájaro volando en círculos sobre la loma.
Imposible llamar a eso collado. Aquí, sin cesar,
y en cada minuto, cambian las palabras.
Al norte, llamarán aquestas «cuchillas»
y, al pájaro, garza mora o gallareta.

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Inédito

 

[Aristóteles]

Un cálculo infinitesimal es siempre un cálculo.
Destilado a través de una red capilar
de pensamiento, de alambiques dorados,
construye un pensamiento que es una ciudad.
Y la ciudad es pensamiento y cálculo:
una cuarta parte herreros y artesanos,
un octavo comerciantes,
dos cuartas partes magistrados y soldados;
muy poco, pero decisivo porcentaje
de filósofos y aedos, porque es este el alimento
del líquido amniótico que nos contendrá cívicamente
y en el que nos moveremos como peces.
Es, en efecto y de esta guisa, útero la ciudad.
Nunca así seremos extranjeros.
Tolle, legge. Cf. Política: muchacho,
con diez mil a lo sumo
el dispositivo del Estado funcionará
como un sistema de pesas y poleas.

Preveo, sí, el barro del Támesis, los cadáveres del Destripador,
–un destripador aristotélico, si cabe, un lector de Política–,
las favelas de Río de Janeiro, las Fábricas de Muerte del Reich,
los telares animistas del Sudeste Asiático, los decapitados
en la frontera de México… Para, stop.
En medio de ello, también Marx verá sus esferas,
su aparato delicado que se desarma
y arma sin perder aceite ni agua,
y es, aun de sangre manchado, ecuánime:
bitácora en el helado norte, en la caótica selva eslava.

¿No crees, hijo, que la aguja del divino pensar,
no la Pasión, cose con invisible rigor
y también con una fina lágrima de fe
estos hechos antojadizos, fuera de regla,
diseminados por seres infernales,
mantícoras y torbellinos y hachas de guerra?

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Jorge Aulicino. Buenos Aires, Argentina, 1949. Poeta, traductor y periodista. Su libro Estación Finlandia (Bajo la Luna, 2012) está integrado por 13 libros editados hasta 2011 y tres que permanecían inéditos hasta entonces. Publicó luego Libro del engaño y del desengaño (En Danza, 2011), El camino imperial (Ruinas Circulares, 2012), El Cairo (Del Dock, 2015) y Corredores en el parque (Barnacle, 2016). Tradujo entre otros a Pier Paolo Pasolini, Cesare Pavese, Giusseppe Ungaretti, Franco Fortini, entre los clásicos del siglo Veinte italiano, y entre los nuevos poetas a Antolella Anedda y Biancamaria Frabotta. En 2015 publico su versión de la Divina Comedia de Dante Alighieri. Ese año recibió el Premio Nacional de Poesía.

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