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Víctor Rivera

22 octubre, 2018Víctor Manuel Pinto

Inéditos

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Desmesura

 

VII

Y fuimos lo que miraba desde el fondo

El fervor del agua por las manos,

El estuario para las rasantes aves al filo del pozo,

Bajo arcos de agua y viento

Debimos decir lo que no se nombra,

Melopeas de nuestro vacío inmenso,

Cantigas de creaturas que buscaron en la marcha

Alguna sílaba, algún rumor del latido

En  bancos de coral y espacio,

Un golpe de luz en las horas de la tierra.

Y fuimos el inicio de la desmesura,

Elevación, despojo, bosque indócil

Sobre toda arquitectura,

Un lugar para tener donde elevarse,

Donde morir  y nacer en el envés de la caída.

Y fuimos el hallazgo al borde de todos los bajeles,

La sal antigua en la orilla del hambre,

Cuerpos en el vocerío de los sueños,

Vocerío en el oído más extenso de las islas,

Llanto de las madres de los bosques que cantaban

En su neblina de ojos pequeños,

En su humo de brasas encendidas,

Nuestros ojos en la nube de la casa,

Siguiendo los venados al borde, las madres al borde,

En la cuenca de las horas y los hijos,

Y los hijos caídos a las puertas de la siega.

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VIII

Cómo saber la altura de la luz de nuestros cuerpos,

Cómo saber nuestro crecer desmesurado

Al borde de las horas de la tierra,

Fuimos nosotros devorando sol y viento,

Fuimos nosotros en ese rayo de color

Extraviados en la oscura dimensión de la espesura,

Fuimos los habitados de la selva,

Los que hablaron su lenguaje de mástiles altivos,

Crecer con  el vértigo de pájaros rasantes,

Redoblar la voz de la roja bandada,

Si alguien en toda la vasta llanura del espacio

Nombrara la marcha incontrolable de la selva

Sería decir nuestra marcha de palomas sobre el humo,

Decir nuestra boca de hierba galopante,

Decir que somos la saturación del clima,

Vapor, diluvio, fuente de creaturas,

Decir que somos el deseo geológico

Por encontrar la cerámica elocuente,

Por llevar cosas humanas a las altas maderas,

Letras vueltas a la quebradura y el trino,

Decir  la selva que no puede existir sino en sí misma,

Y la noche de la selva y toda la nación del agua para el mar:

Árboles adentro, la efigie de sus rostros y murallas

Que no pueden existir sino para sí mismas,  para su propia lluvia,

Para su manera de morir en círculos y círculos de agua sin nombrar.

Madre de todas las cosas que ruedan por el mundo,

Madre de todo lo que levanta cabeza por la bruma, diciendo Yo soy,

Armería de hojas y plumajes para el que atraca en las costas,

Bastión de Pernambuco para los círculos y círculos de ríos sin nombrar.

Muchacha del cieno, niña de la lámpara y el río,

Si alguien hablara todo el prodigio que fue tu lámpara

En medio de la noche más negra de los conquistados,

Si en nosotros fueran  los peces que te siguieron hasta ser la tierra,

Las formas que hiciste del barro puro de tu silencio,

Peces que hiciste, luz de lámpara antes de la luz,

Si nos uniéramos para siempre a tu rastro de agua,

Muchacha, si en nosotros fuera tu silencio y tu paz y tu violencia.

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IX

Si dijera que todo lo perdí de vista

Por bajar entre los peces ciegos, plomada abajo

En un bosque de algas submarinas. Si hablara en mí

La catedral de perlas y cinturones

Por donde adiviné la tierra en su centro,

Moviendo su espina dorsal como animal largo

Y una voz que decía  «ven gota de lluvia,

Abraza este cordial silencio que te envuelve».

Pero fue la niebla de la sal.

Si yo pudiera contar mis pérdidas,

Lo que atrás dejé apretado contra la costumbre,

Cuántas millas hacia abajo tuvo que caer mi carne,

Cuánto polvo sin fin en el espacio.

Si dijera esa semilla empujada por el viento,

En su esperanza de caer si en altiplanos,

En una era de peces que jugaran a besar su cáscara,

A picar la cápsula impenetrable de su boca cerrada,

Si fueran peces de fértiles llanuras quebrando con su boca

Ese pequeño universo, atravesar la noche al otro lado,

Romper la tierra, asomar espigas en las eras removidas.

Si dijera el viaje por las vastas llanuras del encuentro,

Si nombrara las manos que tomaron al herido,

Deshilvanando el dolor de nacer,

Esas marcas  y suturas, antes de poder salir,

Ojos abiertos a las sombras estivales.

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X

Caminar entre caracoles y setos que urdían

La escarcha ofrendada a los veranos, agua de tu esperanza.

Como los blancos dientes de tus hijos soplando la niebla,

Haciendo un hueco para el sol de las ventanas,

Caminar hacia el lugar donde tu muerte teje el baile de los niños.

Ciervo de huesos transparentes, es a ti a quien llamo,

Luz de lo que fuiste, cuando dabas de qué hablar entre los peces,

En tu fervor por el agua, hijo de tus hijos, padre de mis padres.

Vengo a decir que imagino que te haces de tu cal y tu ceniza,

Que te haces por mandato de un gigante de corrientes,

Viento que te nombrara hierba, bisonte,

Pan y levadura en el hambre de los barcos.

Si yo comiera de ti para vivir por siempre,

Ya no hablaría tu muerte ni tu cascabel de vertebras,

Sino que sería sólo saciedad en ti, corola encendida,

En ti que no muriera, en mí que fuera tu palabra

Y la palabra de todos tus padres y tus hijos diciendo: levántate.

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XI

Pescador de mi isla, yo puedo decir cómo abriste en dos mitades

El universo del mar, y en una grieta de aire, más allá de la hondura

Hablabas: levántate. Yo puedo decir cómo se detuvieron

Las cosas que te escuchaban, peces, atolones,

Marcha de medusas blancas. Yo que siempre he sido

Creatura desunida, blanda raíz del piélago, en mí

Que todo se ha evaporado, puedo hablar de cómo

Fue tu mano en mi mano de sal y de abismo,

Carne sobreviviente de tu carne, de cómo pescaba tu red

Desde la paciencia de los témpanos, desde las prehistóricas arenas

De esas islas sin dueño, al hombre de los peces,

Al ciego hijo de tu hijo, habitante del barranco.

Tú, imagen y semejanza del sol, hacedor del movimiento.

En boca de la noche, ¿no fue tu libertad el canto de los hijos

Dando al alba la voz que no esperaba respuesta?

Pájaro del mundo, ¿sabías que otros escuchan esas obras del amanecer,

Lo que no ve tu descendencia, esos lirios sin nombre de tus manos?

Tú que todo lo cubres, ven a poner en las laderas

El inicio de las cosas, sobre la zarza seca

El inicio de tu palabra ardiente,

Sobre la espiga que algo de ti ha guardado,

Tú que llamas al agua de tu agua,

Compasión de los ríos por la sal sedienta.

Ven a enseñarle su final a la muralla eterna.

Piedad del agua: ¿acaso no fue sobre ti,

Que el hijo del hombre caminaba?

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Víctor Rivera. Popayán, Colombia, 1980. Poeta, músico violinista de la Universidad del Cauca. Integrante de varios ensambles orquestales, de música de cámara y música antigua. Miembro del grupo de música antigua Kalenda Maya, especializado en música medieval, renacentista y barroco latinoamericano.  Parte de su poesía aparece en el libro Llama de piedra. Poesía contemporánea en Popayán (1970-2010) del Ministerio de Cultura. En el 2011 publica con la editorial Gamar, su libro de poemas La Montaña sumergida. Obtuvo el Premio Internacional de Poesía Editorial Praxis 2016 en la Ciudad de México, por su poemario Libro del origen, publicado en el 2017 por esta editorial. Segunda mención en el concurso de la Casa Silva «Poesía, pintura que habla» con su poema La siega.

La imagen que encabeza la entrada  es cortesía del portal web tierradeviento.
Etiquetas: Colombia, inéditos, Poesia, Poesia colombiana, Víctor Rivera
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