Anahí Maya Garvizu

Inéditos

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Sueño en plano fijo

Contabas que un jinete blanco
se interponía en el sendero sin dejarte pasar,
intentabas gritar pero tu voz se perdía en la garganta.
Te sujetabas con fuerza a las riendas,
el caballo relinchaba anclado en la humedad.

Te vimos llegar tras la colina,
traías la noche en el pecho,
humintas en febrero,
sandías en diciembre.

La abuela sigue mirando el bosque,
esperando que alguien la salude.
Como el sombrero, abrigo y alforjas
que aún cuelgan del perchero,
los ausentes muestran sus formas.

Tantas veces lanzaste al río tus redes
devolviendo los peces pequeños al agua,
quizá te gustaría ver
que lograron nadar contracorriente.
Por esta colina galopó tu caballo
a esta hora tocó la campana y
viste caer del nogal las nueces sobre el tejado.

En el pueblo pronto será navidad
algún camión llegará con gaseosas
apiladas según el sabor,
un avión distante pasará, los niños correrán
tratando de alcanzar la estela
y las mujeres dejando de mover el mortero
levantarán la mirada.

Qué haremos sin ti,
heredé tu sueño blanco,
el temor oculto bajo la almohada.
Y tus hijos. Ellos querían decirte tanto.

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Los ecos de la supervivencia

No importa cuán estricta sea una reconstrucción,
pasados los años recordar conlleva una pérdida.
Mi madre me tomaba la mano y se sumergía entre la multitud
buscando una porción de pescado
a través de un mercado donde no hay edición de gestos
ni de sagacidad de supervivencia.
La vendedora escogía las caras de las monedas
pegadas a un imán en su bolsillo
y entregaba el cambio en sincronía a las manos extendidas.
Al recorrer esas calles
con suerte podías ver de vez en cuando
un ekeko que al pasar por las patas apiladas de los cerdos
hacía una mueca y luego volvía a sonreír.
Ahí las grietas eran más reales,
distraerse con un gato llevando un ratón en la boca
bastó para tropezar dejando caer los huevos
que tres perros lamieron rápidamente.
De noche la lluvia y el mismo ekeko
escondido bajo el techo de la iglesia.
Cada uno se limita a sobrevivir
en el suelo que pisa a medida que avanza.
Nuevamente los perros
caminando sobre los restos de las escamas,
lo demás de la existencia fue secada por el sol.

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Polaroids II

Nunca llueve en Honfleur; pero a veces llueve sobre la infancia
E. Satie

 

Los campos de maíz son vistos
a través de la ventanilla
entre el tambaleo y resonar de las ruedas.
El paisaje oscurece
hasta perder el punto de fuga.
Hacia la aurora y después de ella,
en domingo de Ramos
la campana expande el sonido
legua tras legua.
El que se va
intenta escuchar recordando
pero algo que era
ha sido cubierto.
En partes crecen flores silvestres
y en otras solo maleza.

Un delta de días que intentamos conservar
la tarde en el río quizá,
zambullirse cuando las nubes oscurecen
mientras los amigos sonríen sentados sobre las rocas
con la piel pegada a los huesos
la barriga hinchada, los ojos grandes,
la tiña como un mapa desolado en la cabeza,
listos para sumergirse en la corriente y no saber.
En ese lugar, decimos
no molestan las moscas en la comisura de los labios,
ni se pasa mucho tiempo detenido
en la decadencia de la pintura
que aún deja ver las siglas
como si fuesen garrapatas en los muros.

Pensamientos que llegan
igual a la imagen de las primeras gotas de lluvia
sobre un río calmado.
Pudimos haber vuelto
a echar agua caliente sobre el hormiguero,
bajo las ollas grasientas
remover la tibia ceniza,
tender el cuero de oveja y dormir un poco más.
Apenas una marca de humedad contornea la roca al borde del río
es el caudal con que el tiempo se lleva las cosas.
Ya no corremos a casa con la ropa mojada
solo a veces, en sueños o fotografías
posamos la mirada en la forma del caer
de aquello que por un cedazo atraviesa.

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Temporada de sequía

Bajo la sombra del fresno de montaña
mi abuelo lleva agua de una laguna
para juntarla con la de otra laguna lejana.
La molesta, le tira pequeñas piedras
y regresa oscurecido por nubes de lluvia.
Pronto traerán dalias junto al cerco
y cerdos insertando el hocico
en el verdor de chacras ajenas.

Hacer llover lo deja tambaleando,
lo miramos distante y sereno
adivinando los pasos que perdimos
para evitar que los surcos cedan
bifurcándose en busca de una grieta mayor.
Acaso ayudase en el intento
comenzar a huellear a pesar del lodo
y del sol que desciende siempre antes de lo esperado.

Nosotros vinimos lejos
hacia el vértice del camino
donde la visión del pasado es invertebrada
tentados, incrédulos, absortos
ahora que curtirse
parece ser un sentimiento
y no una textura en la piel
¿Tendría que hacer un dibujo en la mía?

 

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Anahí Maya Garvizu. Chuquisaca, Bolivia, 1992. Ha publicado parte de su trabajo en la antología poética F/22 (Ubre Amarga Ediciones, 2011), en la revista Matérika (Costa Rica 2011), Santiago en Paz, encuentro de poesía Bolivia-Chile 2012, Tea Party II: Muestra dinámica de poesía latinoamericana (Editorial Cinosargo, 2013), 90 Revoluciones (Editorial Mecánica Giratoria, 2015), en el suplemento Rayuela de Chiapas-México (2016); Ulupica, trece poetas bolivianos actuales (Editorial Libros del Cardo, 2016), Transfronterizas: 38 poetas latinoamericanas (compilación a cargo de Ediciones Punto de Partida, carrera de Literatura de la UNAM, México, 2016), en la revista Contratiempo (Chicago, 2017). Actualmente su primer poemario está en proceso de publicación.

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