CASA DE HABLAS

Jairo Rojas Rojas

.

Dar orden a lo escrito de los objetos, del espacio que los contiene frágiles entre ruinas: labrar cada palabra de las casas ligeras, entre pocillos de bruma, citando a Ana Enriqueta Terán, a quien buscamos rendir homenaje con esta sección, que procura intentar entender parte de la tradición poética venezolana, en sus retazos, decires, afueras, adentros. Como si se tratase de una arquitectura fugaz: recoger en el tiempo este archivo de entrevistas que, bajo un techo común, se empareja en su sana diferencia con el quehacer de las obras. Esta es la Casa de hablas, de paciencia hacia despejos interiores, con la que en compañía de jóvenes coronados de mirto por una piedra audible, roída y clara, intentamos, a toda costa, comprender una cartografía elidida de poéticas y representaciones que avanza entre países, años y lenguajes. 

POESIA

.

___________________

§

.

.

.

.

Postrural

.

Me veo caminando por un sendero inhóspito en la ladera de una montaña; de un lado, mi madre; del otro, mi padre. En mi memoria, escucho el sonido de nuestros pasos en el camino de tierra. La peregrinación se me hace larga, solitaria y fría. Tengo siete años. A lo lejos, la bruma me hace ver figuras de criaturas hibridas y personajes colosales que parece estar esperando. Pero son tímidos y se van, los escucho irse, quizás a mirarnos, detrás de enormes rocas o árboles centenarios. El ulular del viento es incesante. La travesía me genera una sensación de fascinación y de misterio, de miedo y de asombro. Después de una hora de camino, bajo el cuidado del silencio y de la niebla, llegamos a la casa de mis abuelos maternos, Paulina y Raimundo. Desde que recuerdo, esa arquitectura me asombra por su mezcla de ruina y de resguardo. Durante mi niñez visitaré esa casa con frecuencia y se convertirá en un hogar a donde apuntará la añoranza cuando esté lejos.

.

Pero esa casa no se parece a las que se ilustran en los libros. Sus paredes, techos, puertas y ventanas se configuran con los materiales que otorga la naturaleza. Es un collage, una improvisación. La casa de la carestía es también la casa de la imaginación, con resoluciones prácticas que sólo pueden generarse orientados por la creatividad. Cuando la dibuje en mi cuaderno escolar será una fachada más bien cubista con un plano asimétrico e imperfecto. En la escuela, tomaré otros modelos para no sentirme afuera. Pero no solo es la apariencia de esa arquitectura lo que me asombra sino el fuego que ilumina adentro. La intemperie en esas alturas suele ser feroz y el hogar un antídoto bajo una llama-fogón. Ahí escucharé a los mayores hablar de seres sobrenaturales, de eventos en el cielo o bajo el agua, de animales misteriosos, de taciturnos fantasmas atravesando materialidades. Refugio-hogar. Años más tarde sentiré el mismo asombro por ese refugio y por el paisaje que lo contiene, pero también veré, con pesar, que son zonas abandonadas por el Estado y las instituciones, y el paisaje también exhibirá a su manera el dolor de la pobreza campesina, la soledad de los marginados, los taciturnos herederos de cosmologías olvidadas. Atroz, natural y tan antiguo como en muchos pueblos venezolanos.

.

Sin darme cuenta de lo que hacía y movido por la intuición, quizás el origen de mi escritura sea la tentativa de responder a esa experiencia infantil de asombro y encanto, así como a la vivencia juvenil de abandono y privación en esa tierra. El vasto paisaje andino y la precaria casa materna conformarán un solo espacio, y sin buscarlo, el epicentro de una escritura más afín a esa atmosfera. En aquel entonces, como lector de poesía, desconocía poéticas similares y familiares a esas vastedad y melancolía natural. Años después, descubrí un alma cercana en Ramón Palomares cuyos versos me llevaron a imaginar y luego a conocer Escuque.

.

Mis tres primeros libros nacieron de aquella época donde exploraba las relaciones entre esa casa y su inabarcable entorno. De allí que el registro sea entre el ámbito íntimo y el mundo externo. Pero lo familiar y lo ajeno se van a confundir en un solo nudo como una red compleja y fascinante, a tal punto que me llevaba a buscaba otras formas y estructuras en el poema, indagar otras maneras del decir, arriesgarme a emular la niebla que veía con sus misteriosas criaturas y sus chocantes miserias. Buscaba esas voces enterradas en las profundidades del pasado. Desde entonces, sigo con la pesquisa y hoy me doy cuenta de que en esos primeros textos está la esencia de lo que sigo haciendo.

.

.

.

Ensamblajes

.

Insisto con la imagen del explorador, el que camina, tantea, aquel que va recogiendo piedras raras en el camino para llevar a su altar. Luego descubro que ya todo está hecho, pero eso no invalida el intento de dilatar las posibilidades del poema.  Ya me he amigado con el hecho de llegar tarde a todo, de ser un descubridor asincrónico, con ritmo delay, pero como no se trata de una competencia cada cual resolverá a su modo, y a su tiempo, un procedimiento común. Mi interés por otros lenguajes artísticos se asoma tímidamente en mis libros, como destellos, no como un producto radical. Al final, es el usual libro de poesía, pero, en ese espacio predecible puede aparecer una foto, una composición geométrica o llevar a un vídeo en YouTube. Estoy lejos de ser vanguardista y parricida porque busco el diálogo, quisiera que una imagen y una escritura conversaran sobre lo que miran-escuchan, exhiben y callan.

.

En el centro siempre está el poema escrito, con los brazos abiertos a otros formatos.

.

Busco relaciones, expansiones y puentes que me lleven por caminos insólitos y que éstos abran nuevos sentidos. A veces un poema se comporta como una partitura; otras, es la notación textual de una imagen fotográfica, pero también la invitación a que un músico ejecute su arte. Con el tiempo, reafirmo que un texto no se cierra con una sola lectura silenciosa. Siempre queda abierto, porque no es un dogma.

.

Como librero, he notado que las clasificaciones genéricas, hechas principalmente para la literatura comercial, son caprichos del mercado, donde exigen géneros visiblemente delineados y con estructuras preestablecidas.

.

Hace diez años publiqué mi primer libro, La O azul, y el aniversario me llevó a releer(me) y, aparte de querer enmendar muchos errores en esas páginas, también vi puntos de partida para otras piezas, quizás sonoras o audiovisuales. Luego queda el reto de concretarlas, pero esa es otra historia. Puede que siempre esté escribiendo el mismo libro, pero eso no me molesta, capaz un día lo haga bien.

.

El arte visual me inquieta, soy melómano y quiero escuchar, aprendí Shiatsu, un masaje terapéutico de origen japonés, y descubrí mi cuerpo; es decir, lo visual, lo sonoro y lo táctil son sentidos activos de los que aprendo. Me gustaría juntar esos canales perceptivos en una obra. Aún es un proyecto que colinda con la utopía, mientras tanto, voy explorando posibilidades más realistas y cercanas. He tanteado con lo visual, el acompañamiento musical, la puesta en voz de un texto, y el mundo es nuevo.

.

Puede que sea una adaptación a los tiempos intermediales, donde lo interdisciplinar, no solo en el campo artístico, es un formato habitual.  Ahora es común encontrar ese tipo de propuestas en la poesía, y hay muchísimos proyectos maravillosos al respecto, pero mis primeras guías y deslumbres las encontré en: Clemente Padin, Jorge Eduardo Eielson, Leonora Carrington, Luis Bravo, Juan Ángel Italiano, Belén Gache, Luis Moreno Villamediana, los concretistas brasileros, Amanda Berenguer.

.

.

.

Ritmo

.

Si miro a mi alrededor, aparece el ritmo. La naturaleza, en sus incontables formas, lo revela a través de reiteraciones y disposiciones de elementos en un espacio. Sí, ritmo para el ojo porque no es un fenómeno exclusivo del universo acústico, pero es en este donde es más llamativo y es lo que me interesa indagar. Las construcciones culturales no se alejan de esa estructura y llevan, a su modo, el ritmo. Es entendible mi anhelo de llevar el ritmo a estructuras que no lo tienen y así darle un tipo de armonía singular. Mucha de la poesía contemporánea que reniega o se resiste a la métrica clásica ha encontrado ritmos particulares que puedan darle sentido y musicalidad a sus propuestas de escritura.

.

El signo nos hace ver, el ritmo, escuchar. Yo intento captar mi cadencia y mi respiración, esa forma particular de moverme. Puede que tenga relación con el anhelo de escribir con el cuerpo y no solo con la cabeza, que los textos estén en frecuencia con mi forma de caminar y de hablar, encajen con la música que corre por mis venas. El ritmo no es mero ornamento sino sustancia clave en el decir poético. Las historias hechas de ritmo son esas donde lo sonoro camina junto al contenido, incluso, a veces, la musicalidad antes que el sentido.

.

Si yo escucho el dictado eso me conecta con mi voz. Ya lo dije, no es patrimonio exclusivo de la poesía, pero en ella el ritmo direcciona la potencialidad de un poema. En ese mismo libro que nombras hay otro verso “a veces me quedaba días enteros / escuchando los círculos / que abrían el cielo”. Cuando escucho a Néstor Perlongher, Marosa di Giorgio o Emira Rodriguez esos ritmos me dan otro cielo, esa música desborda la noción de literatura.

.

.

.

.

.

J.

Jairo Rojas Rojas. Mérida, Venezuela, 1980. Licenciado en Historia del Arte por la Universidad de los Andes. Terapeuta Shiatsu. Integra el colectivo de poesía y música La casa inmaterial. Ha publicado los libros de poesía: Parte del relámpago (2021), Geometría de la grieta (2020), Pasear lunático (2018), Los plegamientos del agua (2014), La O azul (2014) y La rendija de la puerta (2013). Ha sido galardonado, entre otros, con los premios: XX edición del premio de poesía Fernando Paz Castillo (2014) y la XIX Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (2013). Parte de su trabajo ha sido incluido en las antologías: Nos siguen pegando abajo. Brevísima Antología Arbitraria Colombia-Venezuela. (2020), Nubes: Poesía Hispanomericana (2019), El puente es la palabra. Antología de poetas venezolanos en la diáspora (2019), Uruguachas. Poética en Uruguay, 2018, #Nodos (2017), Del caos a la intensidad. Vigencia del poema en prosa en sudamérica (2016).

La obra que ilustra esta publicación fue realizada por la artista venezolana Oriana Inagas

Contenido relacionado

Archivo

introduzca su búsqueda