Anthony Alvarado
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Urbe, ubre et orbe
Claudio dixit: en los límites de la ciudad no basta
una navaja, hay que llevar el plomo sobre los huesos,
bajo la chaqueta, aunque no haya frío.
En tus provincias de sol la muerte logra colarse como una
serpiente de coral, con sus colores de feria
y colmillos de aguja –el newspaper emitiendo estadísticas,
el lugar donde ha sido encontrado, con dentadura (desa)parecida.
Claudio dixit: los meses y los años ya no tienen días, sino víctimas.
Un hace tanto hubo, contra un son tantos ahora.
Sobre las rayas del paso peatonal se ha dibujado una figura
que ha dicho: el mundo es del tamaño de la cantidad de asesinos.
Aún hay intersticios sin violar, sin nada que temer,
en cada esquina un ligero temblor lo envuelve a uno.
Claudio dixit: hasta de lo que depende su vida,
como podría ser su rutinario sueño,
se puede convertir en su ruina.
El orbe es un círculo donde las presas se reproducen,
es necesario el equilibrio, una carne para alimentarse.
El valor de las hendiduras es alto, hay que acostarse
sobre la acera o un lugar oculto por paredes de barro,
un poco de tierra para acentuar los dolores, una cicatriz disfrazada
sujetando un cuerpo doloroso.
César dixit: ataos los unos a los otros.
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Espacios habituales
Los objetos olvidados del sótano, piezas con máscaras de polvo,
se fueron desvaneciendo en las distintas transformaciones
calculadas que obraba el espacio en mí.
Murmullos desordenados que fluían en los pasillos,
con trucos y gestos, terminaron restituyendo las cosas.
La ausencia las mantuvo cautivas, las despojó de sus huesos,
atribuí su estado al aire oxidado del aliento, mas no era así,
habían perdido su utilidad y significado en el transcurso de
esas incursiones que yo hacía, y no meditaba,
por los intersticios de una idea; se aglomeró a su alrededor el vacío,
un hueco ocupaba su estado.
Sin embargo, no tenía espacio suficiente para mí mismo,
ni siquiera la disposición anímica para permanecer
en esa vacuidad donde terminaba todo lo que construí.
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Raíces de ataúd
Estos brazos se divergen formando reductos sombríos
que llevan hacia eslabones pedregosos,
lacerados, perdidos para la luz.
Hacia las gargantas infinitas de la tierra
han llevado los cadáveres, los toman con sigilo
trasladándolos a su seno de barro,
van enredándose entre sus miembros,
adquiriendo su forma, deslizándose entre la piel,
consumen sus músculos y huesos,
se tornan criaturas llenas de minerales.
El cráneo se atesta de raíces
que pronto comenzarán a pensar
y soñar ser hombres
como la mandrágora.
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Anthony Alvarado. Paraguaná,Venezuela, 1982. Poeta, escritor y docente universitario. Se ha desempeñado en el teatro y la edición a través del grupo Tiquiba y la Fundación Literaria León Bienvenido Weffer. Ha publicado Piedras sobre la Cruz (coautoría), Antología de la cueva (coautoría), Harakiri a traición. Poemas suyos aparecen en la selección Nuevas Voces (editado por el Instituto de Cultura de Falcón), Me Urbe (antología binacional Chile – Venezuela). Además posee una extensa publicación de artículos y ensayos publicados en la prensa falconiana y revistas de la región. Actualmente cursa la maestría en Literatura Hispanoamericana de la Unefm. Los poemas acá publicados pertenecen al libro Consejos para sumergirse en el agua (2017).