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Demencia Precoz

25 junio, 2018Víctor Manuel Pinto

Teófilo Tortolero

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Un poeta nos explicaba cómo pudo ver un día a alguien que marchaba caminando a la vez sobre ambas orillas de un ancho y caudaloso río. El cauce era dilatado y la corriente impetuosa, pero considerables eran el poderío y el entrenamiento del mago. Y sin embargo, aún para él, decía Michaux: «Qué difícil era, oh, qué difícil». Se trata, en efecto, de El País de la Magia, de este poeta de las graves ocurrencias que es Henri Michaux, próximo a veces a Artaud pero con más gusto que este para la anécdota y no totalmente inmune a las seducciones del chiste. Mas no es chiste eso de los ríos sobre cuyas opuestas orillas uno quiere caminar simultáneamente. La poesía misma es sin duda uno de esos ríos. En la perspectiva de alguien que vive trepado a una profesión no literaria, la poesía es como el caudal que desde un cerro se ve discurrir a lo lejos. Puedo acercarme a la corriente, y eso es lo que hago. Pero no puedo sino circular por una orilla. Al poeta lo veo en la otra. Sin dejar la mía, quisiera estar también en la orilla del autor. Es difícil y esa dificultad debiera hacernos meditar.

Acerca de Demencia Precoz trataría yo de decir que también el gran poeta que es su autor me parece atormentado por el ansia de dominar orillas opuestas: la de la belleza y la del sentido. ¿Son éstas las orillas de la poesía? Quizás sean también −y sobre todo− las de la vida. En aquéllos en los que el anhelo de expresarse poéticamente se da con tanto apremio como en Teófilo Tortolero, es legítimo creer que el arte no es un ejercicio con el que se intente amenizar el quehacer del vivir. es más bien el esfuerzo mísmo de vivir, empresa de vida o muerte. Es así como Tortolero tenía necesariamente que ser, pese a las apariencias, eso que es en su libro: el poeta de lo cotidiano y a la vez de lo trascendental. Nos muestra, por ejemplo, lo aventuroso que resulta ensayar: «un paso de salida / a la sala de este día». En el autor de Demencia Precoz no se da automáticamente lograda esta síntesis que es cada hombre, síntesis imperceptiblemente vivida por los más en el aburrimiento de lo trivial o en la distracción de lo festivo. Lo que a los otros le viene gratuita pero insulsamente dado, para el poeta de este libro es algo que hay que ganar en la angustiosa tarea de buscar sentido en cada cosa y cada gesto. El lector, acongojado, le puede seguir en la lucha que libra por la unidad y la coherencia del ser cuando nos dice que se le: «vienen caminando los ojos por la espalda», o cuando, como si las lágrimas no fueran de uno y no se dieran en uno mismo, nos confiesa:«quiero esconderme de este llanto». La lucha por la unidad se da dentro del poeta pero también, en el mundo y en el tiempo. Es así cómo se nos habla de alguien que vive en lo actual y que sin embargo fue: «el primer animal de mi recuerdo», y las preguntas brotan de su libro con respecto a: «el olor de la leche caliente /  la sangre pequeña en la nariz»;  y sobre: «los lagos y lo manso que fui …». Bello y dramático, este libro es inquietante, Con él puede el autor lograr su unidad y coherencia personales, pero con él amenaza las nuestras. Sus versos nos hacen dar cuenta de lo frágil de la propia unidad y de cuan precaria resulta la coherencia de nuestro propio mundo. Nos estremecemos al sentir que también para nosotros puede ocurrir que no haga hora esta noche, Esta noche sin tiempo, con: «sólo el aire en los tubos de hueso», no puede ser, en efecto, sino: «la helada, la muerta, la perdida»; realidad de algo que ya no sabemos si es nuestro, si corresponde al nosotros que somos o casi somos, o si más bien corresponde a un mundo que fuera y casi no es, que se va desvaneciendo hermanándonos en la nada. Su libro termina abriendo una contemplación sobrecogedora que podría definirse diciendo que es el negativo del panteísmo, su vértigo recíproco, nacido al asomarse a las simas de lo nulo, al entrever la solidaridad en lo ninguno, al sentirnos en comunión con el Gran-Todo-de-la-nada-de-los-casis, de que habló Miguel Hernández. La fuerza angustiosa que emana de este libro no nos conmueve tan sólo por la gravedad de los temas que en lo más íntimo de sus poemas se entretejen. No debe ni remotamente pensarse leyendo a Teófilo Tortolero en lo que no podría sino aparecer como temeraria tarea: la de escribir ensayos en verso. Las turbadoras imágenes que usa, el ritmo de sus versos, a veces rotundo y a veces descuidado y lacio como rehusándose hasta en lo sonoro a coagularse en conclusiones; todo ellotiene en primer lugar valor poético. Es como poeta que hay que saludar y muy alto, a Teófilo Tortolero. Como todos los buenos versos, los suyos pueden ser llanamente leídos y luego leídos, diríamos, a trasluz para captar entonces en filigrana aquellos perfiles en que la belleza y el sentido se dan finamente confundidos.

 

José Solanes

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1.

El doctor José Solanes me da pie para aliviar mi espíritu frente a este libro de Teófilo Tortolero. «Demencia precoz» (Editorial Arte, Caracas, 1968) podría parecer un manual para psiquiatras. Sin embargo, podríamos afirmar que se trata de un material en el que los lectores de poesía  tendrán contacto con algunos rasgos de la «locura» que brota de la poesía, pero más de ésta en la que cierto automatismo configura un estado del alma y de la mente. Solanes dice: «La fuerza angustiosa que emana de este libro no nos conmueve tan sólo por la gravedad de los temas que en lo más íntimo de sus poemas se entretejen. No debe ni remotamente pensarse leyendo a Teófilo Tortolero en lo que no podría sino aparecer como temeraria tarea: la de escribir ensayos en verso». En efecto, cada poema que Tortolero dejó en estas páginas es un estudio personal de un sujeto que lo asedia (su propio sujeto), que lo acompaña en su angustia, en su neural peregrinación por imágenes que seguramente serían más afectas a quien encara la conducta extraviada de sujetos que, fuera de la realidad, crean otra. Solanes sigue: «Las turbadoras imágenes que usa, el ritmo de sus versos, a veces rotundo y a veces descuidado y lacio como rehusándose hasta en lo sonoro a coagularse en conclusiones; todo ello tiene en primer lugar valor poético». La poesía de «Tortolero, en este libro y en sus otros títulos, reviste un carácter «grave». Teófilo Tortolero revisa su «locura», sus «venenos», sus «drogas silvestres» hasta arribar a «La última tierra», libros que lo consagran y lo convirtieron en una de las voces más potentes de un país que dejó de ser aquel de su «demencia precoz». Pero el doctor Solanes continúa: «Es como poeta que hay que saludar, y muy alto, a Teófilo Tortolero. Como todos los buenos versos, los suyos pueden ser llanamente leídos y luego leídos, diríamos, a trasluz para captar entonces en filigrana aquellos perfiles en que la belleza y el sentido se dan finalmente confundidos».

 

2.

«Demencia precoz» está dividido en dos partes, la primera que lleva el título del libro y Otros poemas, en los que destacan unos versos italianos y el dedicado a Eugenio Montejo. «Demencia precoz» es una enfermedad. No en el estricto sentido de la palabra. Es una patología verbal. Es una sensación corporal hecha palabra. El poeta desahoga un mal, un padecimiento, un testimonio clínico en el que cierto automatismo psíquico lo acerca a un surrealismo sugestivo.

«Odio como hambre soy
devoro este corazón por todas las noches
que no me parecí a mi padre en su oficina
que no tuve parecido con sus trapos
ni sus manos protectoras
porque era un niño de tres risas
y nadie reparó la primera vez que me heriste».

Esa locura, esa intemperancia en la que una herida sigue latiendo, sostiene la imagen en la que Tortolero se desnuda poeta. Suerte de atavismo: el padre, la hermana, la madre, la enfermedad, los sueños: «Deja que la lámpara haga de noche/ su voluntad en la sala/ quiero dejar las cosas tranquilas/ dulcemente olvidadas/ cuidar la menta de la araña». Le habla a la hermana, a la madre que ya no ve. Está en un hospital donde expulsa su incoherencia, donde la poesía adquiere mayor densidad: «Hablo al ojo vencido de gamuza/ responde un jaguar incomparable/ la fuerza ensamblada en las patas/ las trenzas caídas en los ojos». Pide, solicita que lo alejen de algunos recados de la realidad. Sostiene el poema con la fuerza de esa petición:

«Llévate esa pradera de mis ojos
el alcanfor calienta los bosquecillos
porque hay un cello mío que canta
y una viola
semejante al ungüento del pecho

No es mía esa torre con almenas frías
los lagos y todo lo manso que fui con mi hermano
no regresan?

Recuerdas las abejas
los pomos en la caja de soldados
el olor de la leche caliente
la sangre pequeña en la nariz?

Si comienzo a morir esta tarde
caliéntame con fiebre
de tu buena compañía».

 

3.

El que reza, el que ora, el que mira desde un lecho o desde algún paisaje borroso. Tortolero se afirma en un discurso deliberadamente libre, deliberadamente sostenido en imágenes que rompen con la lógica: «Hay pasto amargo a la izquierda de esa estrella/ la rodea una herida tres veces ovalada/ que baja de radio al campo de los grajos (…) No hay amor de sus brazos/ aunque sople de noche sus costados/ tocando sus espigas ardientes/ la leche del cielo». En otro aparte, el de «Diluvios. Resurrecciones» que en el índice aparece como poemas sueltos, Tortolero avisa: «Hoy es Diluvio. Ya están con nosotros los pájaros gritando clavando sus picos en el Arca».

Y quien lee advierte la presencia de Noé en algún escondrijo. En algún lugar de la barca, en franca conversación con algún animal. Con algunos de sus hijos. Pero no es así: el poeta es griego. El poeta dice: «yo llevaría su dolor suplicante/ a los ojos lluviosos de Palas Atenea», Y para dejar sentada su «demencia», escribe: «Encontré sus ovarios en el lago/ aún no despertaban los soles/ en la melena de los cedros/ pero la majestad fragante me vencía// Aspiré y por tres días retuve en los pulmones/ aquella tempestad de lavanda// No sé cuánto he dormido desde entonces/ pero la hija del espliego/ ha caminado y bebido mi sangre». El final, el camino se cierra. La voz de quien clama: «He terminado (…) Ven por mí». Y entonces entra a paso seguro en Otros poemas.

 

4.

Son cuatro. Cuatro textos, dedicados a algunos amigos, entre ellos Villarroel-París, Lourdes Gotto, Eugenio Montejo, Irma Salas, Luis A. Crespo y Mario Abreu. Copio el dedicado a Montejo, titulado Orfeo:

«Orfeo se hunde en su propia sustancia
la que llama Eurídice
y el necio pájaro ventrílocuo
lame en el charco de sangre creado en su honor
por la soberbia de su alma
lame anhelante sus migajas estremecidas y ampolladas
como pedazos de la dama perdida».

Y más allá, el «grito de un pájaro».

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Alberto Hernández

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Volver a Teófilo

Por encima de algunos hábitos antológicos que insisten en evadirla, la obra de Teófilo Tortolero mantiene una productiva fidelidad entre los jóvenes lectores y poetas venezolanos. Quizás, supongo, por ese malditismo vital que marcó significativamente la manera de llevar su propia existencia doméstica y el desarrollo de su oficio poético. A fin de cuentas, lo que realmente importa o debería importarnos es su vigencia, su linaje secreto que tanto atrae, perturba y estimula. Y es que todo en Teófilo estuvo signado por una mezcla idónea de elegancia y alucinación, de arrebato propio de un trance automático, patológico e inconsciente junto con ese matiz delicado del tacto bien dirigido. Todo era posible y todo parecía encajar en ese rompecabezas surrealizante llamado Demencia precoz (Editorial Arte, Caracas, 1968), uno de sus libros mejor dotados.  No sé por qué no me di cuenta antes de todo esto, vale decir, de que mucho de lo que leíamos en él era una muestra de un poeta ciertamente atormentado, pero conocedor de los instrumentos catárticos del lenguaje (presumiblemente como ejercicio terapéutico al mismo nivel que el ejercicio creador). Esta condición médica, «psiquiátrica», puede vincular a un interesante grupo generacional que nace en Valencia, provincia venezolana, y que tanto caracteriza a quienes escriben desde esta ciudad. Pienso en José Solanes, Alfredo Celis-Blaubach, en Alejandro Oliveros, en Reynaldo Pérez Só y tantos otros que vincularon el ejercicio médico con los géneros de la poesía y el ensayo literario. Independientemente de esta acotación interdisciplinaria presente en la obra de Tortolero, el poema mismo logra afianzarse sin andamiajes o prótesis temáticas. Hay versos e incluso poemas enteros que se quedan, que se incrustan, como parte de ese proceso infeccioso o «degenerativo» que cada quien sufre, padece y hace suyo desde esa rara y muchas veces voluble condición de lector. Siempre intento volver a Teófilo, a su perfecto delirio, a su apoteosis que no teme a la «anomalía gramatical», al hipérbaton y al gerundio, en beneficio del efecto poético y de la contundencia verbal: Guardé la boca hacia el rincón llorando / suplicando a la madre del arroz (mi verdugo)/pero siguió la cuchilla en las venas// Pregunté por qué el martirio no cesaba// La miel roja no se detuvo/aunque giró la mano en busca de sutura// Ella mi sangre era echada en las hojas/donde un oso inválido la mía.

 

Néstor Mendoza

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Demencia precoz

 

ζ

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A R S É N I C O S

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I

Libidinal

Madre qué decía esta palabra
a tres pasos de la sala demente del llanto
(un ojo fijo en los corredores)
qué decían los centauros
recostados en el azul de cera de tu almohada?

Volvía un espejo
retornaba en pedazos
de batas blancas enfermeras saltonas

Madre esta tarde el médico ha dicho
a nombrado tu nombre por tres veces
y su palabra sonaba con seca concupiscencia
a tetas de tambores
pero nada nombró Rorshach ni dijo
de este esplendor de hígado
de fresca tumba al albúm de esquizoides

nada quiero para certidumbre ni para nada
ni la caída de la máquina de curar los ojos
que me pesan como nueces de plomo

Ensayo un paso de salida a la sala de este día
la que me dieran de buen calor reposo
pero qué hago del corazón que me muerde
qué te hago a ti qué me haces

Asco de carne tengo
para llevar esta saya ensalivada

Ya regresan
cállate que llega mi muerto!
y debo preguntar por mis amigos
debo bailar para decir que me contento

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II

Hostia santa hostia santa
el comulgatorio recién lavado
la camisa nueva para las visitas

Mi hermana se ha quedado
mirando por mi único ojo
creo que ríe no la perdono
pero me gusta su cabello
la piedra verde de su sortija

Cuando ella viene le digo que me salve
que me lleve lejos

Escucha hermanita
cómo se rompe en mi pecho la seda?
alguien se quiere llevar mi inocencia
reza para que no suceda di Padre nuestro
tócame para  que este mal se vaya

Estoy contigo
pero no quieres sentir
que me rompen adentro
no pones el oído como te digo
(y si mi madre viviera te diría que sufro
porque conocía mis demonios
ella me dio agua bendita
me puso en el pecho la palma)

Mírame dime que no te iras
que nadie se va a ir
ni se llevarán mi pureza
y moriré en mi casa sin pecado

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V

Allá en la lluvia camina la risa de mi amor
Pongan en mi cuerpo el Agnus Dei
que dormiré en su pecho fresco
como el aceite del campo
en la gran luz de mi cabeza

Ella fácil incesto
la falsa portada del olivo
brillando para mí como Edipo delirio
Edipo abierto a la máscara de escopolamina

Anillo de hongos en el agua
mi suerte no es preciso nombrar
si mi poder cae en su caja de manzanas

Comprendan que no tengo posesión
para llevarme el corazón de su palacio
hablo de sus mareas y estoy ciego

Jerusalem tus muros con la luna
otra vez vuelves a mis ojos su velo
su seda esmeralda

Pero llegará el éter a la gran servidumbre
y quebraré sus huesos en la piedra

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C A I D A S

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No somos ángeles
aunque recemos en el comedor
con el hocico del animal rapado
la migaja en el cielo de la boca

No queremos ser cosas de Dios
por batas que llevemos
a los cuerpos de zorro
despertar sin la gracia orinando

Si fuéramos hermosos como los cuentagotas
en su copa de vidrio de lavanda

Me canto solo
como se canta la campana desierta
pero se consume la espranza de salir
el estar de ella en el picaporte
igual que no tocaré nunca

La canción del regreso se hace tarde
mejor quedar en la niebla maleza
conformarme a mi piel conocida
oír el corredor llegar a las sábanas cada mañana
y dormir el colorio en la ventana

Vuelvo la cabeza las orejas
al ángel que lleva la máquina de caminar agua
pero mi sombra llama a la puerta
de aire pulmonado

Estrella de naranja quiero estar contigo
reír en tus brazos salvo y distante
lejos de ser la fatiga de carne

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Todos sufrimos esta noche en el patio
reunimos los ojos en un sólo lienzo
y comprendemos
que no falta una gota en ese paño

En el pecho de Dios nadie está
no hay estrellas visibles
para estos corazones de pavor

Toma esta mano ángel
con dedos encerados
si alcanzas a romper la cáscara de cera
verás una hormiga beber
el cielo de la sangre

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Me aproximé al trono funerario.
Sus patas de bálsamo se desplomaban
en el lago derecho

En su loor canté en silencio oprimiendo las flores oscuras
casi hundidas a un lado de la barca

Mas al sentir que su pecho se negaba a los ángles
mis manos temblaron en el centro de lo irremediable

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D I L U V I O S . R E S U R R E C C I O N E S

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Si volviera con el ala caída en la mejilla
y sus patas sangrantes brillando en el sol
a la entrada del templo
rendido y rojo en el aire su plumaje
hasta caer finalmente a la última tierra
yo llevaría su dolor suplicante
a los ojos lluviosos de Palas Atenea

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Encontré sus ovarios en el lago
aún no despertaban los soles
en la melena de los cedros
pero la majestad fragante me vencía

Aspiré y por tres días retuve en los pulmones
aquella tempestad de lavanda

No sé cuánto he dormido desde entonces
pero la hija del espliego
ha caminado y bebido mi sangre

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He terminado

Mi garganta está seca
al detenerse los blancos engranajes
en la sala de máquinas

Ven por mí

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O T R O S  P O E M A S

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Orfeo

a Eugenio Montejo

Orfeo se hunde en su propia sustancia
la que llama Eurídice
y el necio pájaro ventrílocuo
lame en el charco de sangre creado en su honor
por la soberbia de su alma
lame anhelante sus migajas estremecidas y ampolladas
como pedazos de la dama perdida

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a Luis Alberto Crespo

No tomaría por nada ese dado
de flancos sangrantes
a pesar de la fuerza escarlata
que me arrastra hacia el paño
donde exhalan sus ojos
y del frío de otra vida
prometida en las manos
de los jugadores

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Muelle cuatro

Cerca del muelle cuatro no hay esperanzas
algún café perdido en las maderas
y una colilla húmeda

Los sacos de sal apilados con desgano
aguardan un estivador que no ha nacido

Son las cuatro en la tarde de bruma
y cuando intentamos el regreso
los pasos se extravían

Al cerrarse una puerta en las bodegas
su chirrido se confunde
en el grito de un pájaro

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Teófilo Tortolero. Valencia 1936 – Nirgua 1990, Venezuela. Poeta y abogado. Publicó: Demencia Precoz (1968), Las Drogas Silvestres (1972), 55 Poemas (1981), Parfuma Jaguaro (1984), La Última Tierra (1990), y el Libro de los Cuartetos (1994). Su obra aún se encuentra dispersa entre publicaciones en revistas y textos inéditos. Fue fundador de Separata del Departamento de Literatura de la Universidad de Carabobo, así como también de las revistas Zona Tórrida y Poesía. Su presencia entre los poetas residenciados en la ciudad de Valencia en los años 60 fue fundamental e igualmente en generaciones posteriores. El Día Perdurable y otros poemas, libro que reúne gran parte de su obra, fue publicado por el Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo en 1997.

La fotografía que acompaña este post es obra original de Héctor López Orihuela.
Etiquetas: Alberto Hernández, Demencia precoz, Editorial Arte, José Solanes, Néstor Mendoza, Poesia, Poesía venezolana, Prólogo, Reseña, Selección, Teófilo Tortolero, Volver a Teófilo
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