Trad. Daniel Oliveros
:
:
La figura de Ulises es una de las herencias más fascinantes de la epopeya griega. No en vano fascinaría a numerosos poetas desde Homero, a Virgilio y a Ovidio, a Cavafis y Kazantzakis, a Pound, Joyce y a Pavese, e incluso a Dante, quien le daría un singular espacio en el canto XXVI de su Infierno. Ulises es el que más se distingue de todos los héroes del repertorio panhelénico por su predilección por la astucia antes que por la fuerza física; su inteligencia comparada con la de Zeus, sus consejos estimados como los más valiosos –junto a los de Néstor– le valieron el epíteto más codiciado por los argivos en Troya: el mejor de los aqueos. Sin embargo, no siempre ha gozado de una publicidad tan halagüeña. Los poetas latinos lo retratarían como un vil y engañoso oportunista. Desde luego, era de esperarse que tuviesen esta impresión negativa del auténtico responsable por la destrucción de Troya.
En la Comedia, el peregrino Alighieri y su guía se encuentran con el astuto griego al pasar por la octava Bolgia, donde los cuerpos de los consejeros fraudulentos son abrasados dentro de una llama que los envuelve. A partir de esto podemos empezar a señalar dos ideas esenciales para aproximarnos a la figura de Ulises a través de Dante: 1) La razón de su castigo y 2) La incandescente escenografía que se construye a lo largo de la narrativa. Por un lado, son tres los pecados mencionados que justifican su pena en el infierno: el ardid del caballo de madera que condujo a la destrucción de Troya, haber revelado gracias a una treta la identidad de Aquiles quien permanecía disfrazado de mujer para evitar ser reclutado en la guerra, hecho que eventualmente conduciría al hijo de Peleo a su muerte, y finalmente, optando por el recurso del subterfugio y las sombras, para ejecutar el hurto del Paladio, la talla de madera de Atenea que prevenía la caída de la ciudad. En vida estas fueron acciones fueron cometidas junto al héroe Diomedes, con el que comparte castigo eterno dentro de la misma llama, intensificando el sufrimiento de ambos al ser torturados por las mismas razones en hacinamiento. Vemos pues cómo todos estos pecados se vinculan con la astucia de Ulises y sobre todo con la capacidad destructiva de su verbo, su lengua ígnea.
Resulta muy sugerente que siendo condenado por la manera en que empleaba su verbo para el engaño y la destrucción, Ulises sea el único de los héroes homéricos que intercambia palabras con los viajeros en todo el recorrido por el infierno; incluso el mismísimo peregrino se siente tan tentado a hablarle que inclina su cuerpo hacia las llamas que envuelven al héroe. Con ese efecto representa el poeta florentino a Ulises: como un hombre que con su palabra encendida atraía a seguidores y enemigos a la destrucción del fuego. Otro rasgo que queda en manifiesto a lo largo del canto es la presencia de Virgilio como cauto mediador del conocimiento de Dante dentro y fuera del poema; es el poeta latino quien dialoga con Ulises en la acción narrativa y al mismo tiempo es de Virgilio que Alighieri conoce los relatos de estos guerreros.
Ya habiendo descrito esta parte del Infierno como repleto y consumido por las llamas, Alighieri empieza a trasladar la imagen del fuego hacia el mismísimo condenado. En un punto del canto, Ulises comienza a narrar acerca de lo que podemos interpretar como una segunda salida de Ítaca tras regresar de su odisea, usando la palabra ardore para describir el deseo de seguir explorando el mundo, y en el toscano original se da un discreto juego sobre si este ardor refiere al castigo que recibe su cuerpo por el fuego infernal o si es un ardor que nace desde adentro de su ser. Más adelante en la narración nos encontramos con Ulises afirmando: «Li miei compagni fec’ io sì aguti», agudizando o mejor dicho, afilando, a la tripulación que le acompaña en este segundo viaje con una orazion picciola, o dicho de forma más directa, con sus palabras. John D. Sinclair en sus comentarios en la edición de Oxford Press del Inferno enlaza este verso con un pasaje del Timeo de Platón donde el fuego es descrito como afilado y cortante, dejando en evidencia que la asociación entre estos no es azaroso en el caso de Dante. El discurso de Ulises afila el ímpetu de sus compañeros con las palabras que eventualmente llevarán a la perdición de los que tripulan la nave.
Es claro entonces que el interés que determina el enfoque de esta versión está centrado en la figura de Ulises, lo cual explica que este sea un trabajo muy próximo a lo literal; se conservan los tercetos originales aunque se omita la terza rima. Las licencias que fueron permitidas están en función de continuar el diálogo con el texto original del clásico, y que además lo hiciese más amable con el castellano que nos es cercano y querido. En todo caso, el motivo principal fue conservar esa inquietud inflamable que ha encendido a numerosas voces y ánimos durante siglos: la lengua ígnea de una figura que justo Alighieri decidió otorgar voz propia y única de entre todos los aqueos que pueblan su Inferno y que aún logra convencer a quien en el medio del camino de su vida se detiene a escuchar su historia.
D.O.
:
:
:
:
:
Dante Alighieri
:
Divina comedia, Infierno, Canto XXVI
†
( f r a g m e n t o )
:
:
«Maestro mío», le repuse, «estoy yo al oírte
más seguro; pero ya pareciéndome el hecho
que así fuera, volver a decirte quiero:
¿quiénes van dentro del fuego sobre nosotros
dividido, que parece surgir de la pira
donde Eteocles fue puesto con su hermano?»
Respondióme así: «Allí dentro se castiga
a Ulises y Diomedes, así juntos
tanto hacia la venganza marchan como a la ira.
Y dentro de su llama se adolecen
por el ardid del caballo llevado a la puerta
que expulsó la semilla gentil de los romanos;
allí lamentan el artificio por el cual, aunque muerta,
Deidamia aún de Aquiles se duele;
y perduran en su castigo por el robo del Paladio.»
«Si pueden ellos dentro de esa llama
hablar,» le dije, «maestro, mucho te ruego,
y ruego que cada súplica valga miles,
que no te niegues a esperar
a que la llama cornuda se acerque:
¡por el deseo de verla mira cómo me inclino!»
Y él a mí: «Tu plegaria es digna
de un alto elogio, y por tanto lo concedo;
pero procura que tu lengua se contenga.
Permíteme hablar a mí, que he concebido
lo que deseas; siendo ellos griegos, puede
que se cohíban con tus palabras.»
Una vez la llama llegada al punto
donde a mi líder le pareció tiempo y lugar,
de esta forma hablar le oí:
«Oh ustedes que en un fuego son dos,
si merecí de ustedes mientras viví,
si merecí de ustedes mucho o poco,
cuando en el mundo escribí mis altos versos
no se retiren; pero permitan que alguno cuente
dónde, por sí perdido, fue a morir.»
El mayor de los picos de la llama antigua
comenzó a escollarse murmurando,
como aquel que por el viento es abatido;
entonces la punta se agitó,
cual lengua que hablar pudiera,
arrojó hacia afuera una voz y dijo: «Cuando
partí de Circe, quien me retuvo
a su lado más de un año en Gaeta,
antes de Eneas ese nombre darle;
ni la dulzura del hijo, ni la piedad
al padre anciano, ni el amor debido
que pudo a Penélope alegrar,
alcanzaron aplacar dentro de mí el ardor
por convertirme del mundo experto
y de los vicios mundanos y su valor;
emprendí hacia el profundo mar abierto
con tan sólo un navío y una tripulación
pequeña que aún de mí no desertaban.
De una costa a la otra vi los confines de España,
Marruecos, y la isla de los Sardos
y las demás orillas ahora bajo el mar sumergidas.
Éramos mi compañía y yo ya viejos y tardíos
cuando llegamos a la estrecha desembocadura
donde Hércules marcó su advertencia
prohibiendo el paso a los hombres;
de la mano derecha me soltaba Sevilla,
de la otra ya suelta estaba de Ceuta.
«Oh hermanos,» les decía, «habiendo atravesado
cien mil peligros han llegado a occidente,
en esta víspera tan breve;
a nuestros sentidos que aún quedan
no se apresuren a negarles la experiencia,
de aquello que yace tras del sol, ni del mundo sin gentes.
Consideren su germen:
no han sido hechos para vivir como brutos,
sino para seguir la virtud y la sapiencia.»
A mis compañeros saqué tanto filo
con esta pequeña oración durante el viaje,
que luego apenas y hubiera podido retenerles;
y, volviendo la popa hacia el amanecer,
de nuestros remos hicimos alas de vuelo loco,
siempre virando hacia la izquierda.
Ya todas las estrellas del polo opuesto
vi durante la noche, y el nuestro tan bajo
que no llegaba a nacer del suelo marino.
Cinco veces encendida y menguada
estuvo la luz bajo la luna desde
que entrados estuvimos en el profundo paso,
cuando se nos apareció una montaña por
la distancia ofuscada, las más alta
de tantas haya visto vez alguna.
Nuestra alegría se trocó pronto en llanto,
pues de esa tierra nació un torbellino
que impactó la madera de la proa de la nave.
Tres veces la hizo girar con todas las aguas,
a la cuarta alzó la popa en lo alto,
y la proa se fue hacia el fondo, a guisa de aquel otro,
hasta que el mar se cerró sobre nosotros.»
:
:
:
:
Dante Alighieri. Florencia, 1265 – Rávena, 1321. Poeta, político, militar e intelectual italiano. También conocido como «il Sommo Poeta», se le considera el padre del idioma italiano. Sus obras fueron fundamentales en la transición del pensamiento medieval al renacentista y hoy se consideran monumentos de la literatura universal.
Daniel Oliveros. Valencia, Venezuela, 1991. Poeta, traductor y licenciado en Educación mención idiomas modernos por la Universidad de Carabobo. Forma parte del Consejo de redacción de POESIA. En el año 2014 fue merecedor de la mención honorífica en poesía del V Premio Nacional Universitario de Literatura «Alfredo Armas Alfonzo».