Juan Romero Vinueza
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i spy with my little eye
vuelvo, otra vez, al poema como se vuelve siempre al fracaso
como se llora siempre la partida de un amigo o la propia partida
o la partida doble de una espera que es siempre un vaso vacío
que no termina de cantar su desidia porque nunca aprendió a
cantar, porque un canto no es suficiente para decir las cosas,
por eso hemos inventado una lengua madre, una voz paridora,
una pequeña turbina de diamantes que reparte rayos, luz y una
que otra nube sin color, para que al fin podamos ver la verdad
a través de unos ojos que no mientan, de unos ojos esquivos,
de unos ojos espumas, espías con espinas de puercoespines,
porque no hay nada más noble que ser un fisgón escondido
detrás de una cortina, de un árbol, de una llamarada que no
ha sido detectada, por eso corro detrás de una sombra más
sombra que símbolo, más césped que cemento, una frívola
muestra de que la naturaleza es el lugar donde se debería
buscar las respuestas de nuestra existencia infame, porque
los verdaderos colores de la vida son los que están intactos
en su conformación inicial, porque las verdaderas palabras
son las que han nacido del primer grito de un hombre que
no se imaginó que había creado un monstruo que, años más
tarde, nos romperíamos la cabeza por descifrar y que, gracias
a dios, aún no podemos ni presentirlo del todo: lenguaje,
lenguaje mío, sombra mía, bendíceme porque no tengo otra
alternativa que seguir tus pasos, aunque tus huellas me sean
inentendibles y tu forma sea niebla, nadir, espejismo, nadie
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monkeying around in my garden
sucede que tengo un jardín, no, sucede que tengo dos jardines,
el tuyo y el mío, aunque siempre sean inefablemente el nuestro,
sucede que hay infinitos puntos de vista que están bifurcados
y encendidos en este el jardín nuestro, caleta, calabozo y calabaza,
desdibujado pero siempre real, en esta y en todas las realidades,
circunstancias y muertes, tu jardín y mi jardín son solo uno y, a la
vez, ninguno, sucede que el uno es el plagio del otro, sucede que
mi jardín es el corazón del tuyo, y el tuyo el pulmón del mío, una
mirada equivocada y un tren con un destino fatal pero inexistente,
por eso salgo a mi jardín y encuentro a mis flores, que son tuyas,
y veo que son otras, paseo por mi patio, a modo de espejismo,
precario y prehistórico, donde hay insectos que detesto pero que
tú amas, que tienen colores que conozco y tiempo que tú demandas,
este jardín es una mentira, rayo de sol, escarcha y soledad, porque
huye de sí mismo y de su forma, porque nada es más engañoso que
hablar de algo que nos figuramos como nuestro, cuando nada nos
pertenece, ni nosotros, ni el tiempo, ni el espacio donde estamos,
donde creemos que somos los propietarios de algo, como este jardín,
que es mío, pero también es de nadie, como yo que soy de nadie,
pero, a veces, sí soy mío, me pertenezco en la medida de lo posible,
tal y como el jardín le pertenece al otro jardín que yo desconozco,
pero que también es enteramente mío, y tuyo, bifurcado, esencial
y absurdo, como siempre han sido nuestras vidas, nuestras palabras
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you are a trooper anyway
para daniela alcívar bellolio
no es necesario vestir un uniforme, portar un arma, y tener una
mente cuadrada para que a uno le llamen soldado: ¿o acaso es
necesario que yo deba soldar unos soldaditos de plomo para ti
para que puedas tener todo un ejército falible que esté detrás de
tus pasos y cada que caigas levanten una bandera azul, como las
ciudades tristes que tanto detestas? mejor creer en la idea de tener
un soldado azul, un soldado triste, un dado al sol, un sol dañado,
que sí pueda decir las cosas sin perderse en los circunloquios de la
tarde, de la obsidiana que no sirve, de ese auscultado sonido que
marca un dos, un dos, un dos, tres y quizá cuatro, no cinco, pero sí
seis o siete, nunca ocho porque no tengo tanto ritmo: la canción
sigue su curso, dominada por un color que ya no existe, por una
letra que cambia en cada reproducción, por un sueño que se vistió
de cenizas y que ahora solo es sonrisa, fotografía rota donde una
montaña se intenta esconder, donde a mi lenguaje le faltan las
palabras para responder a una pregunta que alguna vez hiciste
y que no esperabas que respondiera: veo, registro y quiero dejar
de pensar en ella: «qué es esto de vivir sin narrativa» ¿qué es?
¿de qué color es la narrativa? ¿cuál son sus principales síntomas?
¿con qué se come? ¿cómo se la baila? vuelvo a marchar, un dos,
dos tres, tres cuatro, retorno a la crisis, a la médula, a ese olor a
campo yermo que desfallece y no cambia, que se altera pero es
una llama incesante: me vuelvo volcán, vulva, quizás vulnerable,
arrastro mis palabras y las maldigo, las digo peor, lloro pero mis
ojos no pueden ver porque a la fotografía que guardas bajo el brazo
le falta una personita, que antes que héroe siempre fue un grito
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all the texts are falling like a dead tree
todo cae, todos caemos como un árbol muerto hace décadas,
porque una muerte no puede acabarse nunca, porque nuestros
poemas pueden morir y seguir alimentando a otros poemas
por siglos, sin que nosotros ni siquiera lo hayamos pensado
alguna vez, así, miles de bacterias poéticas se alimentarán de
todos los malos –o buenos o mediocres– poemas que fueron
escritos por quien quiera que haya sido su autor, eso es lo que
menos nos importa, lo que sí debe importarnos: que la madera
muerta de donde hemos sacado todo este caro alimento caiga
todo el tiempo, porque la caída es el alimento, el crisantemo,
la crisis, el cristal y el crisol que luce sobre las cabecitas de
los lectores atentos, que murmuran, moran y mordisquean
las palabras inasibles que aceptan como suyas, como sueños
que habían estado ya en su mente antes de ser leídos, pues,
un árbol muerto es una familia que empieza a crecer, una
figura monumental, fragmentada y dadivosa que ha caído,
y nos ha mostrado cómo caer, y, claro, nosotros aún no lo
hemos aprendido, porque nada se aprende si no es por uno
mismo, por eso digo, repito, y relampagueo, que no puedo
entender un mundo sin los árboles muertos y sin los poemas
que no tienen un único dueño, porque nada tiene firma final,
todo, todito, es una compilación de errores y malos plagios,
lo digo yo, que soy consciente de la muerte y de la poesía,
lo digo yo, que siempre me he amparado en mis muertos,
lo digo yo, que yo soy todos y cada uno de mis muertos
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the places where we were happy also die
me interesan los espacios, los territorios, los lugares, pero
sobre todo me interesan los no espacios, los no territorios,
los no lugares, porque en ellos hay que caer muerto, porque
en ellos podemos reconocernos y ser, pacíficamente, unos
individuos felices, o quizás no, quizás no lo seamos porque
no necesitamos de una superficie realmente tangible, ruido,
y espuelas de caballo, para decir que somos los portadores
de una felicidad igualmente tangible, porque la felicidad es
viento, una hoja de papel quemándose, rutas sin destinos,
armas calientes, libros de malos poemas que comunican el
mensaje implícito de que yo puedo hacerlo mejor, que mi
vida tiene algún significado, que mi vida es ese lugar feliz,
sin sentido, sin colores, sin espacio y sin tiempo, en donde
he podido desarrollar una inmensa cantidad de ideas que
me llenan o me vacían, temperaturas anaranjadas, cactus
verdes y con espinas que me pueden herir sin pensarlo
dos veces, porque mi cuerpo es un globo lleno de aire,
porque no puedo estar muerto por dentro porque mi
yo interior no existe, por eso, y para eso, camino sin
rumbo, pensando en los lugares donde creo que he
sido feliz, y descubro que han muerto, y que lo han
hecho sin pena ni gloria, que han caído sin vergüenza
alguna en el extravío, o tal vez que jamás existieron,
porque mi felicidad, como todo lo que ha salido de
mis labios, siempre ha sido un objeto invaluable, sí,
un bello objeto sin valor, siempre anclado a lo irreal,
como el agua tibia de un oasis perdido en el desierto
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Juan Romero Vinueza. Quito, Ecuador, 1994. B.A. en Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (Ecuador). M.A. en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Guanajuato (México). Co-editor de Cráneo de Pangea y miembro del equipo de la revista literaria Elipsis. Ha colaborado con las revistas: POESÍA de la Universidad de Carabobo (Venezuela), Jámpster (Chile), Transtierros (Perú), La Presa (EE. UU. – México) y Elipsis (Ecuador). Ha publicado en poesía: Revólver Escorpión (La Caída, Ecuador, 2016), 39 poemas de mierda para mi primera esposa (Turbina, Ecuador, 2018; Ed. Liliputienses, España, 2020; Mantra, México, 2020) y Dämmerung [o cómo reinventar a los ídolos] (Ed. Liliputienses, España, 2019; La Caída, Ecuador, 2021), que obtuvo la Mención de Honor del Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade 2019. La primera antología de su obra es Ínfimo territorio kamikaze (Municipalidad de Lima, 2021). Compiló, con Abril Altamirano, Despertar de la hydra: antología del nuevo cuento ecuatoriano (La Caída, Ecuador, 2017), obra ganadora del incentivo de los Fondos Concursables 2016-2017, organizados por el Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador. Compiló y tradujo, con Kimrey Anna Batts, País Cassava / Casabe Lands (La Caída, Ecuador, 2017). Fue uno de los ganadores del Certamen de Ensayo Luis Alberto Arellano y su texto forma parte de Erradumbre (Mantis, México, 2021). Resultó ganador de la Convocatoria Editorial 2021 del Municipio de Cuenca en la categoría de Poesía con su poemario Lírica fracturada para traductores tristes.