Manuel Illanes

Muestra Poética

 :

 

Aire de los descarnados

La brisa precipita las voces del devenir
como brevas maduras que caen de una higuera:
rebotan, se estrellan, ensucian con su sangre de huérfanas
el mimbre de los cestos, el ficticio mural de nuestra Historia.

Hay un aire de fractura, mezclado con el olor de heces
a punto de derramarse sobre los proletarios marchantes.

Nuestro presente arde a la velocidad del Holocausto,
catástrofes y milagros se derriten sobre las pantallas
de televisores que humean.

Cada noche, cada semana de nuestras calendas,
los hombres depositan la semilla de su ímpetu,
sepultan sus visiones en el estercolero,
invocan el látigo del quebranto.

Nos emborrachamos dentro de casas frágiles
como perdura el trébol bajo la escarcha,
en desvergonzado comercio con las potencias.

-Capital ha enviado sus 4 jinetes a desolar Anáhuac,
«totalidad junto a las aguas».

La palabra es un ángel traicionado
que busca en el umbral de la mirada
un cobertizo donde guarecerse del huracán.
Somos hijos de la Cesantía, necios asalariados que descreen
del Derrumbe, aunque moren entre sus brasas
o amasen el pan con su amarga harina.

Las rameras ejercen su oficio junto a los mercados
y los colegios, los chulos que las explotan
se erigen estatuas en los capitolios,
redactan tratados sobre la vida eterna.

La campana del presente llama a la insurrección,
pero estamos sordos, enterrados bajo la grava de la esclavitud.

Tarde o temprano el gran aerolito, aquel que contempló
el segundo Motecuhzoma, el que soñaron espantados
los descendientes del quinto sol,
caerá sobre el árbol de la vida
y de las cenizas desparramadas
se alzará la rota mano,
el hambre contenida de los muertos.

Como una ola plena de furia
los caídos en Tlatelolco, los despellejados de Tenochtitlán,
los cadáveres humeantes de la Revolución,
los mutilados del Narco todopoderoso,
danzarán por las calles vistiendo las pieles de los fariseos,
desecrando sus moteles levantados en mármol,
bebiendo vino barato en los cálices de plata
de las antiguas iglesias,
para después quemarlas y rescatar de sus raíces
los cráneos y las tibias de los verdaderos santos:
los macehuales, aquellos que trabajaron
la tierra y dieron su músculo y sangre
por la ridícula gloria de los imperios.

Del asfalto del tiempo salvarán rostros,
corridos de amor y guerra, levantarán con sus costillas
un túmulo como si fuera una negra estaca
clavada en el pecho de Capital.

El aire de los descarnados caerá desde el cielo,
el ansia de muerte del águila impetuosa
abrirá surcos, hará surgir la hiel donde hubo agua,
secará los ríos más caudalosos.
Su pedernal sangrará la carne de las metrópolis
en noches que reúnen a las tarántulas.

Yo no veo más que furor en el horizonte,
el cuerpo del Cristo sumergido en un tonel de ácido,
desmembrado, hediendo a su asesino.
Veo los crepúsculos azotados por las llamas
y el grito de la multitud aprobando
el juicio a una mujer lapidada.

:
::
Orozco, Los Teules

 La conquista de México no ha finalizado
dice el pintor mientras su reflejo se desvanece
lentamente de las aguas del Omega:
el ojo del cronista, del visitante
vislumbra en el paisaje,
tal como en la tela enhiesta,
los mismos brochazos gruesos, agrestes
de la realidad y sus esquirlas.
Las calles siguen viendo estrellarse
a las compactas filas de caballeros armados
contra los muros de una ciudad que se derrumba,
de una Tenochtitlán cuyo mito más anhelado
ha adoptado la forma de una pesadilla atroz y barbada.
Si Bernal Díaz regresara
de la tierra de los muertos
se sorprendería quizás
de ver los tianguis ebullir
por el cuerpo erosionado de la ciudad,
pero jamás, jamás podría mirar
extrañado las cabezas ensangrentadas
de los prisioneros de las guerras floridas
-del Narco o de Huitzilopochtli-
arrumbarse en la periferia, llenar
los titulares de la prensa de un rojo puerco:
un catálogo de muertos más largo
que el de las naves por Homero,
otro cantor de la cólera y la carnicería
sanguinaria de los Atridas & Aquiles.

El pintor dice que la conquista
de México no ha terminado,
que los dioses continúan
batallando por la copa de la sangre
y los trazos son, desde luego,
cuchilladas que escarban
en la carne para  arrancar
la razón de tanta violencia:
una ópera bufa, espectáculo
de huérfanos sin Cristo,
salpicaduras entremezcladas a gritos,
el tinte más barato que se puede derramar
tamizando centenarias paredes,
el alquitrán recién alisado
por las aplanadoras.

No es la vida imitando al arte,
tópico manido hasta el aburrimiento
ni el arte alentando los gestos
obscenos de la vida
sino un torbellino amplio
como ala de aeroplano
que se abre al centro de la tela
y explosiona entre pinceladas oscuras
y atmósferas de ceniza arrebatada.
«La conquista de México,
La conquista de México…»
balbucea el pintor airado
mientras su reflejo se desvanece
bruscamente de las aguas del Omega
y el rescoldo de  sus imágenes
es un sexo sepultado
que reviven los dedos sedientos del deseo.
Clamor, clamor atravesado
por flechas turbias de violencia jaguar.

: De Crónica de Tollan (2012)

:

::Memorias del inframundo

 Vigilia de los hospitales,
inutilidad y opio de las conversaciones, i-nu-
ti-li-dad.
Cascajos derramándose
sobre las bancas,
intentando dormir, sofocados
-pero ¡ay de ti si
olvidas levantarte cuando te llaman!
Espejos de la locura tocados
con sombreros de palma
vociferan sobre sus 3 hijos,
atrás el casco de un obrero casi, casi ciego.
La noche acecha al lado de la
embarazada y de la vieja
que rumia sin dientes
aguardando su futuro.
Custodian las aves de la noche
el salón de espera a las 8: 41 am,
son cuerpos que sumergidos
yacen buzos con traje
de escafandra frente a la Sra. Kafka,
toda bitácora y timbres,
toda espera interminable.

Alguien observa su celular
y bebe café que recoge del piso cuadriculado
alzando el vaso con parsimonia
como si sus gestos tuvieran importancia
y no fuesen más que i-nu-ti-li-dad.
Más acá, una encorvada
calaca frota repetidamente sus dedos
distraída con la tibieza
que produce el roce,
rascándose luego una pierna
que apenas cobija carne:
crudo memento mori.

Me confieso, oh corazones sensibles!:
preferiría mil veces entrar en una cantina
y extraviarme en su traza-
borracho entre borrachos,
perdido entre los vivos.


:

:Francis Bacon o una pila de mierda sobre el pavimento

No  imaginamos qué lengua
podrá hablar con soltura de Aniquilación.
Tartamudea la barragana
apenas roza el pelaje de la bestia,
se sofoca, queda afónica al confrontarla.
El mal. El mal. El mal.
Habría que tragarse las palabras
junto con el músculo palpitante
que las impulsa, que las babea imprecisas;
arrancar las cuerdas vocales
como la maleza que entorpece el grano.
Y gemir, aullar después en todos los tonos
para siquiera modular
el gran silencio que rige tanto espanto.
Dicen que vislumbramos
más que los hombres de la edad de piedra,
pero los brotes de miseria
como los hongos afloran
en los bordes de las grandes avenidas
y se rescatan cadáveres
entre las aguas negras
cada amanecer.
Dicen que la poesía
y sus trabajadores terribles
mantienen viva una llama
encendida en el hígado de Prometeo.
Y sin embargo cabezas expuestas
en el pavimento, el pellejo
de un hombre, su mueca derretida
desvaneciéndose de la página del Alarma:
un desollado como cualquiera
de los que tapizan
el suelo  de México.
El mal. El mal.  El mal.
Nombres nuevos para un horror innombrable.
Si la voz no es Perseo, entonces
sólo queda el fusil.

De Memorias del inframundo (2016):

:

Hidalgo

 La celebración
arrastra su cola
embetunada de vómito
por el Campamento 2 de Octubre.
Un día después
del estallido y la algarabía
contemplamos
el campo de batalla
ya limpio de cadáveres:
tapizado de cuetes
aún humeantes el enorme
y vacío estacionamiento,
sucias las calles, legañosos
los ojos de los caminantes
en Sebastián Lerdo de Tejada,

así como lastimeros
los aullidos de perros que no
comprenden del fervor
ni del desborde de cerveza
que hace un éxtasis completo
de nuestra sencilla
vulgaridad de inquilinos
a los que se les ha
cortado el agua
por casi dos semanas.

Pero los perros
desconocen la bendita
saga que nosotros
comprendemos y
adoramos hasta
en sus últimos detalles.
El llamado de Hidalgo
sigue retumbando
en los corazones, cómo
negarlo, cómo cerrar
los ojos ante tan maciza
verdad, quién podría:
sólo que hoy su grito
de rebelión parece más bien
fundirse con el alarido de las patrullas
que recorren Iztapalapa
en las auroras más
salvajes de México
o  con la simple, monótona
letanía de los vástagos
del thinner, aquellos
trepanados por Capital
que elevan sus alucinados
coros al cielo cada tarde.

Como si cantaran
para invocar la lluvia, como si
danzaran en honor
del sueño que alguna
vez precipitó a Hidalgo
hacia la insurrección
………………………………..y la ruina.

:
:

Velasco, El valle de México

La ciudad antes del monstruo:
inmaculada aún, una pura
lejanía colmada por el sol
y la imagen de los dos
magníficos volcanes
realzando el horizonte
del cuadro. Un saludo
a la belleza esa paz porfiriana.
Todavía no, todavía:
el manantial de las aguas
negras y los muertos
que los buzos rescatan
de los canales cada mañana.
Por ahora una limpia
y luminosa capa
de azul cielo cubre
una tierra que parece
expeler un crudo aroma
de estiércol y de vacas
aburridas rumiando
eternamente la llanura.
Casitas apenas visibles
manchan con su blancura,
sus ocres techos el verde
brioso de árboles extinguidos.
La pintura es el arte
de ocultar la incuria
del tiempo, de hacer
fulgir el paisaje
sin melancolías.
Alfilerazos negros,
crestas de sombras
bailotean en el centro
del espejismo, mensajeros
de esa noche perpetua
que son catedrales, palacios
embozados. Un manantial
de aguas negras borbotea
bajo la sábana de luz,
de calma campesina
con que Velasco
barniza Anáhuac.
Porque en la ciudad
antes del monstruo
parece no correr
tan siquiera una brisa,
latir ningún corazón
sino en sordina.
Macehuales sin rostro
conversan en un primer
plano antes de ser devorados
por el camino. Tanta
luz, tanta armonía,
desnudas figuras
que oscurecen
el incendio sin fin
que llamamos México,
que ocultan los restos
de sus futuros decapitados
bajo un aura de lejanía,
de inmensidad inmaculada,
con sus dos magníficos
volcanes realzando
el horizonte del cuadro.

Inéditos

 

 

Manuel Illanes. Santiago de Chile, Chile, 1979. Reside en Ciudad de México. Poeta, es licenciado en Lengua y Literatura Hispánica de la Universidad de Chile y actualmente realiza una maestría en Letras Mexicanas por la UNAM. He publicado algunos libros de poesía: Tarot de la carretera (2009), Crónica de Tollan (2012 y   2013)  y Memorias del inframundo ( 2016). Textos del poeta Illanes se encuentran en  la antología Residencia temporal: seis poetas chilenos en México (2016). La imagen que ilustra este post está basada en el grabado La Calavera de Don Quijote del celebérrimo mexicano José Guadalupe Posada.

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