La emoción romántica

Julio Borromé

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Poesía y pedagogía V

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La poesía es el primero y el último de todos los conocimientos,
es inmortal, al igual que el corazón del hombre.

William Wordsworth

 

¡Cerca a la luz que emana de los tres candelabros,
Por mí, desde la sombra, alguien habla esta noche!

Manuel F. Rugeles

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Las lecciones sobre el arte que Freud medita y escribe al margen de sus casos clínicos y sus teorías, resaltan algunos problemas relacionados con la creación artística. Freud analiza cuentos y esculturas, novelas y poemas. Las conclusiones a las que llega son estimulantes para el lector no especializado, y ciertamente nos aferramos a su estructura analítica, seducidos por el modo en que comunica sus hallazgos, y en más de una ocasión nos deja entre la luz de la evidencia y el asombro. No obstante, la claridad expositiva y el rigor de su interpretación requieren, de parte del lector, un esfuerzo de comprensión en ese estado transitivo de la emoción al discernimiento.

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La fascinación por la obra de Freud radica en presentar las ideas con tal manejo del lenguaje que las construcciones en sí mismas, las que leemos en traducciones, son de una gran belleza. En este sentido, los textos freudianos presentan una calidad poética excepcional, tal es la extraña condición: la remisión de las significaciones objetivas, el empleo metafórico, el estilo, la coherencia; en fin, la estructura narrativa. En este sentido Lacan halla en la retórica freudiana algunas figuras discursivas, tanto del análisis propiamente clínico como del lenguaje escrito: « Elipsis y pleonasmo, hipérbaton o silepsis, regresión, repetición, aposición, tales son los desplazamientos sintácticos, metáfora, catacresis, antonomasia, alegoría, metonimia y sinécdoque».

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De manera que los tropos componen la estructura discursiva de las investigaciones de Freud, es decir, en ello consiste su estética, la significación que se le atribuye en calidad de expresión de los propios conceptos.

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Nos ocuparemos de un texto de Freud ―«El poeta y la fantasía» publicado en 1908― motivados por la emoción que nos embarga cada acercamiento a su escritura. Intentaremos colegir de su lectura afinidades del carácter romántico de la poesía. No de todas las corrientes románticas, sino específicamente nos concentraremos en el Prefacio de Lyrical Ballads (1802) del poeta inglés William Wordsworth.

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En «El poeta y la fantasía» emerge el problema de la naturaleza de la creación en el campo de la escritura, imantado a cuestiones que generalmente no son conscientes en los poetas, asuntos que Freud se encarga de hacer visibles para el lector. Las cuestiones planteadas son de distinto orden y no está en nosotros replicar las ideas del llamado «Padre del Psicoanálisis», se trata de una prelación formal pero también de comportamiento erótico posible. Nos enfocaremos en algunos aspectos del texto freudiano sin pretensiones analíticas, nuestro objetivo consiste en orientar una lectura y que sea el mismo Freud quien nos hable.

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Al examinar el texto, «El poeta y la fantasía», conviene, por una parte, distinguir la narrativa que se extiende sobre la superficie, y por otra, la impresión subjetiva que ofrece la inmediata interpretación. De ahí que Freud presenta una serie de apreciaciones a través de las cuales pregunta acerca de la producción de las imágenes y del contenido estético de las obras. Le inquietan  los conceptos de goce y placer, la singular personalidad del poeta y la genealogía de los temas, y sobre todo, se pregunta por los materiales con los cuales el artista produce el efecto estético.

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La formación de las imágenes, el contenido estético y el juego tienen una primera elaboración en la fantasía, esta constituye el material concreto de la experiencia poética. Juego y fantasía estructuran los datos singulares del poeta y aseguran una cierta unidad por el hilo del deseo. Pues es al formar tantos datos singulares como se quiera (sueños, recuerdos), al conferirles todos los caracteres posibles, fantasiosos, como el poeta traza la línea de separación entre aquellos que son necesarios para la constitución de la poesía y aquellos con los cuales todavía es posible, entre los caracteres necesarios, la unidad del pasado, presente y futuro, esta unidad es posible gracias al inconsciente que determina y condiciona la vida del adulto.

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Sin embargo, debemos aclarar que si bien no precisamos de realizar una crítica al concepto de inconsciente en Freud, para ser lo suficientemente amplios en el criterio, contamos con que el concepto ha sufrido modificaciones y variantes de suma complejidad, de acuerdo a algunos psicoanalistas seguidores de Freud y otros disidentes, léase Lacan, Jung, Reich, Deleuze, Foucault, Fromm, Mannoni, Dolto.

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Tomaremos solamente el cambio semántico en la crítica de Félix Guattari. Su propuesta radica en considerar el inconsciente como «esquizo»; ya no es la respuesta programada al complejo de Edipo, a los juegos neuróticos de la familia y el retorno al pasado para buscar las heridas que definen las vidas de los adultos. Para Guattari el inconsciente ya no es la expresión de la subjetividad sino de «múltiples estratos de subjetivaciones», más que del inconsciente de «estructura y lenguaje» freudiano, el inconsciente es «de flujos y máquinas abstractas». Por cierto, similar perspectiva la hallamos en Lacan, en el momento en que subraya que el inconsciente es un discurso transindividual cuya ausencia en el sujeto imposibilita las secuencias de su discurso consciente.

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Hecha esta aclaración de principios, regresemos a la tesis de Freud. Nos encontramos con que las fantasías son una huella, por decirlo así, son marcas con sentido propio, permanecen autónomas en las primeras fases en las que el ser humano se adecua a una realidad de constante ingratificación. Por eso, el adulto reproduce fantasiosamente los juegos infantiles. Es la única posibilidad que le queda, y aquellos pasan a ser seriamente vividos.

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El niño crea un mundo de fantasías donde es libre y se adapta a esa realidad que vive seriamente. El adulto ya no juega, sino fantasea y se aleja de la realidad a través de los sueños, donde se vuelve uno y múltiple. El niño juega y juega en libertad. El adulto no da cumplimiento a su deseo porque, según Freud, es infeliz, y lo esconde, porque siente vergüenza.

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Si queremos apreciar la importancia de este asunto, debemos considerar con  más atención el contenido inconsciente donde se juega el soñante sus fantasías y las primeras imágenes, estas últimas son la realidad de una ausencia. Por ello, el adulto recrea, ya no inventa el juego como el niño. Es significativo el hecho de que, sea cual sea el momento en que tiene lugar semejante descubrimiento, ese momento es el de la libertad en el niño y el de la compensación en el adulto.

 

Todo esto tiene implicaciones en el orden de la creación y en el modo en que el poeta expresa y comunica sus fantasías. Freud nos da una pista por donde atar los cabos sueltos del proceso de composición de lo que aparece escondido en el poeta, y cuáles mecanismos utiliza para convencernos; y es allí donde sentimos el conjunto de sus impresiones, que hacemos nuestras, al nivel de lo que el mismo Freud denomina «placer estético».

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Hay en esta consideración una cualidad del poeta que es imprescindible para que el lector reciba el golpe del efecto estético, y aquella no es más que la aceptación de un trato mediado por el soborno. Dice Freud: «El poeta mitiga el carácter egoísta del sueño diurno por medio de modificaciones y ocultaciones, y nos soborna con el placer puramente formal, o sea estético, que nos ofrece la exposición de sus fantasías».

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El soborno no está calificado por una condición estrictamente subjetiva del poeta, sino más bien la significación recae en la forma, en el modo cómo la escritura produce la experiencia de la catarsis, así como lo señala Aristóteles en la Poética. El soborno nos hace partícipes de aquello que el poeta expresa en sus  fantasías, de su goce y el nuestro, liberados de las represiones y de los condicionamientos que nos encierran en la alienación y la culpa.

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El poeta nos proporciona el goce en la medida en que el efecto estético nos libera de la vergüenza, y aceptamos el contenido fantasioso de nuestros sueños y todo lo que acontece en esa caja de resonancia proyección de nuestros deseos inconscientes. En efecto, la fantasía no demanda valorar su contenido en los términos del Bien y el Mal, en las fantasías todo es válido, hasta que un buen día logramos pasar los contenidos a esta realidad y materializarlos. Hay transgresión si cumplimos la ley del deseo, por el contrario, gozamos de cierto morbo especulativo, cuando todo ocurre simbólicamente y miramos de lejos la culpa y el castigo divino.

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Dice Freud: «Quizá contribuye no poco a este resultado positivo el hecho de que el poeta nos pone en situación de gozar en adelante, sin avergonzarnos ni hacernos reproche alguno, de nuestras propias fantasías».

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Confiamos en ir hacia otra emoción asombrados por el Prefacio de Lyrical Ballads (1802) del poeta William Wordsworth. Pero, ¿hay alguna relación entre el texto de Freud «El poeta y la fantasía» y el Prefacio…? Sólo vamos a jugar. Nos tomaremos el juego en serio, nos arriesgaremos y no tendremos vergüenza si nos quedamos desconcertados en medio del camino o fracasamos.

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El Prefacio de Lyrical Ballads de Wordsworth y Defensa de la poesía de Percy Bysshe Shelley son los documentos principales del romanticismo inglés. Se trata ahora de indagar de cierto modo lo que hallamos en Freud y suscitar ciertas analogías y diferencias que no ocurren en el «plano real», sino en un encuentro que sucederá en el momento en que el texto de Wordsworth llega a convertirse en la fuente documental de Freud.

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Por supuesto, hemos reunido un dialogo posible, no tanto en el campo de la ficción sino en la comparencia de los textos que produce otro tipo de ficción. No ocurre lo mismo con la siguiente aseveración de Freud en la que reconoce la influencia del crítico de arte y escritor Giovanni Morelli. En El Moisés de Miguel Ángel (1914) expresa: «Yo creo que su método se halla estrechamente emparentado con la técnica del psicoanálisis médico».

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Lo comprenderemos mejor si reconocemos en el Prefacio algunos de los temas planteados por Freud. De un lado, la pregunta por la naturaleza de la poesía, el tema escogido por los poetas, las emociones, el lenguaje, la razón, los sentimientos, el inconsciente, y del otro, qué es un poeta, para quién escribe y cuál es el propósito que lo lleva a comunicar sus sentimientos. Así, tenemos un primer acercamiento que se establece entre puntos de convergencia y al mismo tiempo puntos de fuga. Los elementos constitutivos de tal relación, no se dan como meros accidentes, sino en el decir sobre el poeta y la poesía.

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Las inquietudes formuladas por Freud intentan responder acerca de cómo el poeta llega a producir placer estético a partir de los sentimientos. Pero enseguida vemos que Wordsworth también se ocupa de ilustrar el modo en que él, como poeta, sugiere y en algunos casos afirma con reciedumbre, qué es todo ese asunto de la poesía, los deseos y las pasiones, y cuál es el destino del poeta en la sociedad y para quién escribe.

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Para Wordsworth el poeta está poseído por una fuerza exterior a él. Esta idea del poeta, cuyo rapto queda impreso en el cuerpo, pone al desnudo la identificación enigmática con lo invisible, con los dioses, con aquel entusiasmo platónico. Ahora bien, no se nos puede escapar que el entusiasmo es también, en gran medida, la aparición y la pugna de las emociones en el corazón del poeta. Los sentimientos son dinámicos, y están en un continuo devenir en la mente, donde se dan las grandes batallas de la naturaleza humana.

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Wordsworth y Freud están de acuerdo en este punto, la correlación se lee yendo del segundo al primero. Sin embargo hay una diferencia entre sus perspectivas que nos revela una cierta idea del poeta y de lo que define su modo particular de provocar placer.

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En la concepción de Freud el poeta fantasea porque es infeliz y está insatisfecho. Por el contrario, el poeta, en la apreciación de Wordsworth, es un hombre resuelto a aceptar sus emociones. No hay manera de elucidar cuáles son los dominios en los que el poeta tiene acceso a una sensibilidad mayor y a un conocimiento del alma humana. Lo que sí podemos observar es que no hay discriminación entre el Bien y el Mal.  El oficio del poeta es conjurar las pasiones. Leemos en el Prefacio…:

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«…el poeta es un hombre satisfecho de sus propias pasiones y deseos, que se regocija, más que otros hombres, del espíritu de vida que vive en él, que se deleita al contemplar los deseos y pasiones similares que se manifiestan en los tejemanejes del universo y que, por lo general, se siente impulsado a crearlos donde no los halla».

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Si bien es cierto que el poeta es un poseso de alguna fuerza desconocida, no quiere decir que él esté hecho sólo para obedecer esa voz alterada pero valedera. Hay una acción voluntaria, según la cual el poeta ejerce pleno dominio, una suerte de convicción en el dinamismo de las emociones que llega a ser plenamente integrado al proceso creador. Para Wordsworth y Freud las emociones y las pasiones están en la mente, donde quedan las huellas de la infancia, y las fantasías donde se estructura la materia poética.

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Sin embargo, Wordsworth afirma en el Prefacio que la mente puede llegar a gozar la pasión en sí misma, es decir, que la mente goza si el poeta «voluntariamente» describe esas pasiones. Es un enigma y un problema conocer dos cuestiones relacionadas en algún punto de intersección: la primera, si la mente del poeta goza al margen de quien siente la pasión, la segunda, si la mente tiene autonomía y sus propias leyes, como el inconsciente. Pensamos, entonces, que la mente goza en sí misma, si el poeta se posiciona subjetivamente frente a las pasiones. Sí por el contrario, el poeta es arrastrado por las emociones y no puede controlarlas con «una compasión racional», la mente no alcanza el extremo placer.

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No sabemos cuáles pasiones son más fuertes que otras y cuáles son más gratificantes y en qué grado o escala unas se superponen a otras. Pero hay una condición en la perspectiva de Wordsworth para que el placer alcance su máxima gratificación en el lector de poesía o narrativa, que el lector posea una «mente sana y vigorosa».

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Siguiendo algunos pasajes del Prefacio, sólo el hombre que está en contacto con la naturaleza y cuida el entorno donde habita, es capaz de fortalecer su mente. Esta última condición del lector lo adecua a experimentar cualquier pasión comunicada por el poeta, es decir, el poeta no discrimina si una pasión es dionisiaca o apolínea. Se vive y se deja pasar. Se aprende de ella y todo radica en último término en la aceptación de lo que produce la mente, porque nos constituye naturalmente como seres humanos.

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La fortaleza de la concepción poética en Wordsworth depende del estado de salud psíquica del lector para que pueda experimentar el odio, la tristeza, la envidia, el amor, la compasión, el orgullo, la vergüenza, el miedo, la lujuria, la ambición, la avaricia, y manejar estas pasiones o «afecciones» como dice Spinoza, con cierto dominio y templanza.

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Lo significativo de todo este asunto de las pasiones es el placer. Tanto el poeta como el psicoanalista reconocen que toda buena escritura está en el poema y en la prosa, en la medida que aquella forma de expresar los sentimientos debe tener «la claridad de sentido». El sentido y esa otra forma de comunicar los sentimientos producen placer, y este es un «principio elemental» en la vida de los hombres. De ahí que Wordsworth hace una valoración respecto al lenguaje empleado por el poeta para poder acercar al lector y comunicarle la universalidad de los sentimientos, y no sólo escribir para sí mismo, como enseña Nietzsche, sino que el poema describa la naturaleza humana.

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El poeta no solamente describe lo «irracional» que habita en la mente del hombre, sino dispone también de la cualidad sensible de la conciencia que cumple un determinado fin en la elaboración de los materiales poéticos. En el ánimo de unificar este criterio Wordsworth nos habla de «una compasión racional». Y para que esta sea comprendida el poeta debe expresar las pasiones en un lenguaje cercano al corazón de sus semejantes. Esta resonancia afectiva de una palabra está en dialogo con el hombre y el paisaje. Este hombre del campo y de la montaña está preparado para captar lo inmediato de los sentimientos, «porque ―en palabras del poeta inglés― en tales condiciones las pasiones de los hombres se unen a las formas bellas y permanentes de la naturaleza».

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El poeta en la visión de Wordsworth comunica sus pasiones mediante el rapto divino. La meditación sobre la naturaleza, la reflexión del flujo y reflujo de sus sentimientos son los propósitos fundamentales de su apostolado. El goce de nuestras fantasías sin reprimendas, es el motivo por el cual Freud atribuye al poeta la capacidad para sobornarnos y hacernos partícipes de aquellos juegos donde luchábamos con honor y coraje frente a nuestras propias invenciones.

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Héroes o villanos resolvíamos la situación de guerra o de abandono, robábamos botines, respetábamos al oponente y hasta le perdonábamos la vida. Aprendimos a saborear la victoria, llorábamos con el vencido y regresábamos a casa con una herida más en el corazón.

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Freud descendió a las profundidades del alma y trajo consigo las fantasías que nos habitan, también reconoció los miedos y las angustias que los poetas románticos hallaron en el sueño y en ese universo fantasmático simbolizado en la noche y las ruinas, la luna y el río, la alondra y el fuego, la flor y el cementerio. Precisamente por cruzarse en esos parajes del alma humana, los poetas viajaron y atestiguaron por medio de la palabra el enigma de Eros y Tánatos. Freud enlazó estos dos principios que rigen nuestro destino, y supo enhebrar el hilo del deseo en su viaje de retorno.

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J.

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Julio Borromé. Valera, Trujillo, República Bolivariana de Venezuela. Poeta, investigador y ensayista. Forma parte del Equipo Nacional de la Escuela Nacional de Poesía Juan Calzadilla y del Comité de redacción de la Revista Resolana. Magister en Literatura Latinoamericana por la Universidad de los Andes. (Núcleo Trujillo “Rafael Rangel”). Ha publicado los libros de ensayos: Escritos desde el monasterio (De libros, lectores y cultura) (2009). Los intelectuales y la filosofía de lo popular (2013). Hacia una filosofía del mestizo y el desencuentro de los géneros literarios en la obra de José Manuel Briceño Guerrero (2013). Crítica de la lectura instrumental. Del sentido, la interpretación y el libro en Venezuela. (2014). América Latina: ecología, liberación y utopía. (2019).  Co-autor de los libros: Bolívar desde la razón poética 5 lecturas a «Mi delirio sobre el Chimborazo» (2022). Salvo el fulgor. Decir un día. Lectura comentada de un libro (2021). Leer, leer y leer. Consigna de todos los días. (2018). Bitácora del río. En torno a la poesía de Pedro Ruiz. (2022). Ha publicado los poemarios Tiempo de pájaros dormidos (2002), Camisa de plumas (2004), Salmos al exilio (2006), Desnuda te ves más alta (2007). Genealogía del bosque (2010). Metafísica del Tartamudo (2013). Ha sido Ganador de la Primera Bienal de Poesía Manuel Felipe Rugeles. Ganador de la Primera Bienal de Poesía Gustavo Pereira. Co-Ganador de la Bienal Félix Armando Núñez.

La obra que acompaña a esta publicación fue realizada por el fotógrafo venezolano José Antonio Rosales

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