León Félix Batista

Coito circuito

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RETROCESO: regreso (es un decir) a Dean Street (en circunnavegación, devenir de paquidermo). La parada de autobús –palizada de micciones– con la misma palomina e infamación, pero ausentes tu percal y el pigmeo de las nieves, activas cosas nulas clamando por mi anuencia. Los árboles vecinos ya no ceden por alisios sino ante oxidación –las minúsculas miserias que radican en la tráquea me limitan de explicar. Para darte dos ejemplos del fluir de tramontana: se divulga apenas marzo pero mutan los abetos, requeríamos ardillas, que los cardos prosperaran, y germinan sobredosis. Vuelvo pues al meridiano contra el que discurre el cáliz: por poder así hilvanarlo con las mallas dilatadas de la indeterminación.

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PÓLVORA: con el máximo mutismo una pera de cactácea resaltando en aspersión (excedente del festín) y en la base del estómago las anclas de la agrura revolviéndose la calcan. Combustionan todavía los multíplices olores del sarao: contrito los celebro, marco mil circunferencias y trasboco lo de ayer. Es que leches y lejías y calidez de caldo reclama el terciopelo sofocado del esófago: arácnidos lo escocen y vastas vinagreras: infracciones que equivalen a un estigma. Todo en órbitas erráticas, trayectorias que intersecan: estrabismo, mientras tanto. Mantecas como un lago del pretérito de etílicos: tracería y arpaduras de demonios en los nervios. Hasta el aire más translúcido acida en un día así.

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ESTALLIDO: aturde un componente (adultera el territorio) varios metros calle arriba. He aquí el contraargumento: sea un cielo con mancillas como oscura parentela e hilvanándose tenaz como un cardumen, ramas. A la mente le repugna el contenido heterogéneo, presunción de que el prodigio va alcanzando claridad. Aunque sé cómo trenzar ambas manifestaciones: fraguar con todo y huesos dimensión y escalofríos para tejer tapices, extenderlos en alambres y ponerme a equilibrar respiración y asfixia. Con buen método, asilándome (sin tacha la simbiosis): así llego a la ciudad que parece una mucosa que injertara a su volumen materia muy lejana. Así como el dolor, que se ubica en zonas álgidas y desde allí se irradia para inhabilitar.

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CALOR: quizás un sol albino, caudal sin enunciar, también contrae su sed, fugaz disminuir  entre ciénagas y dómine. Se pasma –a la derecha– la carreta (basculante), al tiempo el espejismo del sonido y su aspereza. Imposible antedecir la corriente de palabras, toda vez que esto es ficción, un ademán de filme: integran detrimento, derriban el mutismo, no se sabe. De pronto una emisión, hemisferio de la mímica: tres dedos se reúnen (con sudor) en la visera. Acezante –pero intacto– recurre a su pañuelo, calando los bordados, confundido. Destina un golpe lánguido, activo en la fijeza que da el álbum familiar.

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INESTABILIDAD: traspones el umbral mesándote una sien y por tercera acción elogiar el arabesco de su bata de batista. Descifras allá atrás aquel bolero rancio como supervivencia del abismo medieval. Inestable de ver negro, su debacle de matices, mixturas en un vaso quebraduras de agua helada y  espesor de un carburante; reclinas la cabeza. La observas prolongando a brochazos el fulgor: la quemazón del bosque, la desaparición (extraña) del sentido en favor del sinsentido, pero en gruesos astillones, por afán calefactor.

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QUEMADURA: luz poniente sobre un pozo (eso quiero alucinar: como un rápido monzón que extenuara la memoria.) Un retorno reprimido (como el nudo de los vómitos) permitirá que hilvane con sentido el devenir. Es un método para indeterminarlo: en el lapso está embutida (y por mi arbitrio neutro) su inexacta simetría, regida cada fase con un nudo de eslabón y luego transferida como embrión de pensamiento. Empero, la ecuación es mucho más aguda: las tesis son las mismas y es más que los despliegues de su placer ficticio.

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FUSIÓN: evocaba un sicomoro –y el azar no da emboscadas, pero no oculta sus vendas y te impone un laberinto. Así que lo encontré, mallado por munícipes, cogido para cebo, y esperé bajo su hangar. Las horas se esfumaban y el importe del parqueo y al final se adicionaron en eterno polinomio. Me herí en un pilotillo para pensarla un poco a base de analgésicos y no por Kierkegaard.

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FRAGMENTACIÓN: para ambos iris tinta, secreciones de una larva. La parábola solar que va de negro a negro. Porque si el tema es árido produce enfermedad, se instala el punto muerto y el tiempo es un cadáver. Es allí (precisamente) donde cobra animidad esta inscripción oscura que las maceraciones recrean libremente: depurado (como un mito) del emblema de tus gestos, ahora abigarrado por tantas tachaduras. E inscrito en este espacio aluvial y revulsivo tu camino entre mosaicos cuando hacia mí venías, el combate de costado y cada quiebre. Existencia sin libreto: recordar corrige al ser, como un folio alucinante, pleno en tintas putrefactas.

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ARRASAMIENTO: esta región sin uso de los vésperos: partículas de nuevo fragmentadas  Su borrón se desarrolla contra el símil de dos cuerpos, umbral de confusión con un formato otro. En la inmensa palangana decenas de falanges desenvainan las alubias, argollas de una larva y lo festejan. Hay un embrión de insecto en la trama de un arácnido, un furgón unido a plasma y desmembrado por la niebla, otra mano que se alarga –vertebrada– entre corpúsculos: todo tinte de jolgorio y suceder. Un cirro allá vadea la aureola de la luna que después se deposita sobre cada mecedora: trama, guano, magnetismo, cincelando un aislamiento, matemática nocturna.

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MECHA: lustre y astros de postín (mixturados entre nubes) que el fotógrafo ha enmendado con telones. Y amarillo que humedece un amplio radio con bombillas esplendentes, parasoles; con hibiscos embutidos en macetas, paisaje monocorde –de madera y plastilina– y en cuadrícula, además: sueño abstracto y artificio del cerebro de un baldado. Este lente (si no es límpido) que amputa ciertos ángulos: silueta de los predios, expresión vertiginosa: mi propia mano herniada sosteniendo un hombro suyo, devenires vertebrados. El rebrote de mi estampa va alcanzando a yugularme por aquello de abstraer de su utopía. Mil fragmentos de vacío la pupila de la cámara, que no lee la realidad (y aletarga su traslado).

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EXPANSIÓN: se llega desde lejos bajo lumbre de color, y hasta un ámbito de dunas condensadas. La medusa que rascara la ribera (todavía) se propone desinflada por el risco. Botellas destrozadas regresan a su génesis. Increíble afinidad con aquella ramería de extramuros en que estuve. La longitud, primero,  yermo en el que cimentar, y después el lienzo bruto (pintado tantas veces) de una piel de las mercables. Es cierto que fue roca tanta múltiple arenilla como carne sus piltrafas en hacer derivativo. Persisto en renovar la caduca ceremonia: fijo a los desfiladeros, un buceo en el pantano, su cabeza el celentéreo. En la calle que velaban las cretonas me esperaba la memoria de este hoy. Antiquísima costumbre erradicable de los días devenir y devenir.

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FULMINANTE: el silencio sí que es mueble fijación que se traslada, y prorrumpe en ocasiones hasta un código más lúcido. Hace mucho resucita, refractándose en las rocas, hace días conseguimos desmontarlo y conversar. Fue un invierno ya ominoso (paso a darle ilustración) mediado en el segmento de una década. Con sus señalizaciones: tragacanto de los copos, engastado en las rodillas aquel frío ras con ras –yo que desconocía tormento tan continuo. Una falla en nuestros labios clandestina, accidental: composición inválida a partir de los discursos. Para más fabulación, me salió del habla bruma, de la úvula gemir. Los tentáculos, cabeza: periféricos sin quicio desasidos del interno; la red de tantos dedos con algunos hilos rotos. Imposible fue aducir contradicción de espacio, si la denominación y ejercicios aparentes de vulgarizar un gesto lo convierte en familiar, parte del itinerario. Nevó así sobre nosotros como sobre nevado, con el eco de una cámara vacía. Se fundaba un nuevo abismo, esta vez determinante y sin Virgilio dirigirme.

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PLATA: cercanas ya las nueve los mismos nimbos truncos, pese a que mi punto es otro y a que caminé en parábola. En las planicies amplias el objeto sigue a uno centímetro a centímetro y en sólido consenso. Un edículo de barro proyecta su estructura,  apenas contenido, pero muestra más relieve que este gris desagradable. La erosión de la planicie terminó por erizarnos, yo con él constituido, como espejos infecundos. Ya descendiendo topo los empalmes arbitrarios de pedazos de granizo, que defienden las gaviotas, cuyo destino es norte. Labraduras de mar ha de haber cerca (creo) y (fenómeno eventual) la expansión de lo inclemente.

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IMPACTO: para el escaparate soy yo sólo un vacío en que pugnan por cebarse el armazón, musculatura, mi salón intestinal: nada envuelta en dos telares. Aunque fuera sano afán absolverme en reflexiones lo confronto en un aullido; pero de su fallecer, en la sucesividad, sale el de mi simulacro. Se disipa la persona, queda el eco. Como comprobación de que lo que es posible ha de ser suplementario.

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ROCE: hay fantasmas e intemperies que contienden por la óptica. Flexible estiramiento para vigilar un ave. Lo de allá no es más que estima de una fuente con esfinge, eventualmente pantano retentivo de zancudos. Lamparones de broqueles, tabloides sobre un quicio,  barandillas vermiformes en desgajo. El tendido de los nervios, aterrado de escorar, de improviso pierde apoyo: me va a sobrar abismo, bruma viene en aluviones (pues se trata de las sombras o de su alternativa). ¿Es juicioso o demencial que conduzca lo indomable? Desmesura de alborozo mi tórax sibarita: el placer así encarnado ya no es tan calamitoso.

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VAPOR: la ciudad que yo bosquejo como mi encarnación: insistentes automóviles se hilvanan, osamentas de edificios engranando: infinito sin especificidad. Corrección de las colinas, abetos en esquema: lo enunciable no es objeto de mi historia. Desde acá y reconociendo el color recién vacío, cabezas mal taladas, repisas con un gato: hay ráfagas anclando en las carnes de la gente, que circuyen a quien les prestidigite (la psique desarmada, el cuerpo intacto, siguiendo un arquetipo grosero de tinieblas). Un poco de luz roja (del reactivo de los cuerpos) y ya obtengo un holograma sin proceso de velado. Esta urbe, en mi forja, es un descampado móvil, reparando la anarquía con su descomposición.

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RADIACIÓN: pulir no intensifica (son datos de iniciado) las malas superficies. Por ello es porque infaman (festejos infructuosos, protocolo de hecatombes) los chubascos. Roturas se revelan para asimilar después el gran desgranamiento de las cumbres. Cuerpos llanos (me refiero a cosas, gentes, animales en vaivén), primitivamente enfermos, observan cuando incurre y cómo se establece –de modo temporáneo– el líquido en sus sedes. La lluvia (su advenir) nunca cesa de escarbar un trayecto en torbellino. Una réplica grosera del dolor.

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INERCIA: qué ángulo mejor: el límite macula con ocres ramalazos el verano boreal. No habré de intervenir en su esterilidad: mi artificio es no asignarle superficie. Aunque asombra cómo espacios de encontradas dimensiones consiguen encajar y se liguen entre sí, como sin coordenadas. Se fusionan los relojes y su temple de materia, pero no la discordancia que fulgura en lo feraz cuando la escribo. El día anida un lobo fragmentándome la muerte. Y con ello animará mi inanidad.

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DILATACIÓN: el enfoque es desde arriba, cuestión que no descuelle el masculino maxilar. Contrastar para realce de uno sólo de los signos: los bancos de granito desfiguren por hipérbole. Roturas del cristal (cuando cuelga de un marquito) disfrazarán la toma con reflejos penetrantes y el color será el borroso, bajo sombras, de la plástica, gloriosa y circular reconstrucción. Después del abandono masivo del paisaje quedarán sus remanentes: pupilas emboscadas, rugidos de arrecifes. Es cuestión de anonimato: con las mangas recogidas y contra el balaustre ve acudir un sol trapero, tanta atmósfera sin mí.

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FISIÓN: la tarde amaina, trunca, y esto nunca se reseña: la escultura descargando su excremento sobre un ave. Por las lápidas de estrépito del colmadón vecino deambulan gatos rancios (¿o serían remanentes de lo que ayer leí?).  El marco es el siguiente: en el set las cosas fluyen, subproducto del fluir. La bóveda-aguafuerte: tazón de expectorar ausentismo del confort. Dos se abrazan en su asilo como en un orbe amniótico, anfibio de las ciénagas. El glóbulo de ver, retirado de lo táctil, comprende, sí, comprende. Uno salta hacia la calle con profunda invalidez, inclusive sin moverse. Radical de geografía que uno asume.

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VOLADURA: son vacías las filiales de la lluvia: blasfemia primitiva y acarreo de anatemas, fatiga de la guardia sempiterna en un portal. Dejaré caer la mano para mancharme un poco, inseguro de abatir la trascendencia. Mi persona es como un canon, como su simulación: disfraz del hombre en clave pero envuelto en carnes febles, osario resbaloso bajo músculo estriado. Y se expande, para colmo, contra lapsos y subsuelos, y mañana dará espigas pretendiendo mutación. Aquí y empantanado, eludido por los taxis, el gris en mi cabeza reprodujo sus girones. Dionisio de repente desmembrado.

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FLAMA: descendientes de sábila embutidos en la luz, suspendidos del cristal de las estancias; y sus pies, semisecos, se hibridaban llanamente –broqueles de azulejos hasta lo interminable. Carecimos de palabras previamente a entrar al pub. A la lengua del Caribe le faltaba lo esencial: que tras su radicación quedara impreso un firme para que sobrepasara su inexacta referencia. Poco más adelantados una cara entre vejigas en trasiego de colores y anagramas de un baldado. Fácil fue reconocer tantos cuerpos colocados en sillas empotradas (de aluminio menos dócil) y la córnea descubría chimeneas más falaces, mármol roto, con tormento y erupción de perspectiva. Pasándonos la mano, arlequín de nuestras muecas, nos amábamos los tres; la fluencia de otro orden que no era el natural. Con los días a remolque e incluida la trapera materia de esas vidas.

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CARGA: de nuevo (refiriéndose al estrago) el aire adquiere forma de mucosa, se divide en una vasta descendencia. Son vapores afelpados –pero ásperos– y obligan a brotar a  tubérculos de bascas, que se espacian por los lindes, prematuros. No cosa de palabra: un ácido violento y ocupado en empalmar el hachazo con la arteria. El sistema neurasténico podrido por la música: se pueden dar dos pasos, estancarse, nutrir con cebo interno el engranaje-malestar. Excesos del vermouth, cascabeles de motores son pastas del martirio: el caudal está compuesto de grasas combustibles en la boca del estómago. Baco es bálsamo y su síntoma, además.

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POLVO: Aunque no germinara nada allí, volveremos prolongando la apariencia, a por el sentido llano. Sin el peso de los cuerpos: tan bien denominados que perdamos el espectro retomando los despojos. No otra cosa es recordar: expansión tan dilatada que, sin no alcanzar un blanco, deshilacha y esfumina. Es un mar despoblado el que a veces la incidenta sin querer, manifestándose. Pero (como resultado de presiones no muy claras) estalla mi frontal para rehabilitarte. Entre entonces y ahora un intervalo que insectívoros culminan con roer.

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León Félix Batista. Santo Domingo, República Dominicana, 1964. Ha publicado El Oscuro Semejante (1989), Negro Eterno (1997), Vicio (1999), Burdel Nirvana (2001, Premio Nacional de Poesía «Casa de Teatro»), Mosaico Fluido (2006, Premio Nacional de Poesía «Emilio Prud’Homme»), Pseudolibro (2008, Premio Nacional de Poesía «Universidad Central del Este»), Delirium semen (Aldus, México, 2010), Caducidad (Amargord, Madrid, 2011), Un minuto de retraso mental (2014, Premio Nacional de Poesía «Emilio Prud’Homme») y Música ósea (Cascahuesos, Perú, 2014).  Existen varias ediciones y antologías de algunos de estos libros: Se borra si es leído, poesía 1989-99 (2000); Crónico –segunda edición de Vicio– (Tsé-Tsé, Buenos Aires, 2000); Prosa del que está en la esfera (Tsé-Tsé, Buenos Aires, 2006, Universidad Autónoma de Santo Domingo, 2007); Inflamable (La Propia, Montevideo, 2009), Sin textos no hay paradiso (Gamar Editores, Colombia, 2012), el libro electrónico Joda poética completa (antología personal, 2013) y El hedor de lo real en la nariz imaginaria (Ruido Blanco, Quito, 2014). En 2003 se publicó en Brasil la antología español-portugués Prosa do que está na esfera (Olavobrás, Sao Paulo, traducción de Claudio Daniel) y en 2014 la versión al portugués de Mosaico Fluido (Lumme Editores, Sao Paulo, traducción de Adriana Zapparoli). Está incluido en más de una decena de antologías de poesía publicadas en diversos países, entre ellas Zur Dos (última poesía latinoamericana, Bartleby, Madrid, 2005), Jardín de Camaleones (la poesía neobarroca en América Latina, Iluminuras, Brasil, 2005), Cuerpo Plural (antología de la poesía hispanoamericana contemporánea, Pretextos, Valencia, 2010), Poesía esencial dominicana (Visor, Madrid, 2011),  y País imaginario (Ruido Blanco, Ecuador, 2011). Ha sid.o parcialmente traducido al inglés, sueco, alemán, italiano e hindi. La imagen que ilustra este post pertenece al artista gráfico australiano Ashley Wood.

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