Oír del llano ciego

Acercamientos a la poética de Igor Barreto

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Isabel Vega

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Para Igor Barreto, el aliento irreverente, polémico y alternativo respecto a la idea del poeta y de la poesía que proponía su participación en el grupo Tráfico (1981), devino en el impulso renovador de apertura a otras poéticas. Una vez que la modernidad democrática propiciada por la bonanza petrolera de los setenta y principios de los ochenta empezó a dar signos de desmoronarse, se da un rotundo desengaño de lo moderno en Venezuela. Desde Crónicas llanas (1989) hasta El llano ciego (2006), Igor Barreto evade lo urbano y explora nuevas zonas atenuadas de la experiencia donde se encuentra el llano venezolano como escena de vida. Moldeado por la lluvia, las plantas, los animales, las voces, las mentes de los hombres y por procesos que tienen lugar en diferentes escalas temporales. Con esta nueva apuesta su poesía pasea de lo local a lo global y de lo efímero a lo duradero. El paisaje en la poesía barreteana se manifiesta como símbolo de una realidad histórica y cultural olvidada –Crónicas llanas (1989), Tierranegra (1993), Carama (2000)–, para conformarse como reflejo del mundo interior del poeta: un diálogo consigo mismo y con el mundo –Soul of Apure (2006), El llano ciego (2006)–.

Sin embrago, confusa es la historia y clara es la pena. Al huir de la ciudad y situarse en lo telúrico la poesía de Igor no solo hace eco de la problemática que el debacle de la modernidad estampó en la poesía venezolana. El telurismo como trasfondo abre el camino hacia la geografía poética que ha de cultivar en su poesía desde fines de los ochenta hasta la primera década del dos mil, construye la añoranza por un espacio que está en vías de extinción. La parte más notable de su poética consiste en la composición de diferentes modos de ver, de diferentes inclinaciones e intereses esenciales, eso en sí mismo es significativo, aún más, la observación: el navegar por el río, o el andar por el llano que se extiende más allá y que produce por sí solo. Muy probable es y aún más dentro de la poesía, que en ocasiones el espacio que sirve como fondo de todos los objetos, conceptos, representaciones, inclinaciones, sentimientos y componentes que existen en el poema, se delimite con la presencia del otro, sobre todo el espacio poético con la visión del autor, no obstante, la poesía de Igor no opera de esta forma; en ella la identidad de un hombre es el medio por el cual se construye la visión de un mundo, será él quien de vida a «historias esenciales» al hacer del llano el nuevo soporte para su poesía, como un destino asumido con dificultad y como una marca indeleble, y muy a pesar de que el paisaje, como objeto, sufra un proceso de descomposición, en este paradójicamente nace, inaugural, la posibilidad de una nueva mirada.

Con El Llano ciego (2006) Igor es incisivo si de asumir posición verbal se trata. Este sentido se hace evidente como una idea fue moldeando su tarea de renovación y de reinvención de la tradición poética heredada. No obstante,  Igor da un paso más e instaura su poesía en la posibilidad de indagar y sobre todo de presentar los problemas mismos de la relación entre el hombre, la naturaleza, y la modernidad, especialmente asociada con el romanticismo en América Latina. Porque, como diría Octavio Paz (1986), el modernismo fue nuestro romanticismo[1]. Sus poemarios, son  trasfondo de un problema mayor. En los predios de Crónicas llanas (1989), Tierranegra (1993), Carama (2000), Soul of Apure (2006) y El llano ciego (2006) «el paisaje de tradición romántica ha muerto» y entra en crisis, o si se prefiere la crisis de su representación se hace axiomática, probablemente porque la deslocalización que supone el traslado del sujeto (hombre), en el llano (naturaleza), a la ciudad (modernidad), ya es una señal de un nuevo estado de las cosas. Para ahondar en el tema, con la crisis de la representación del paisaje, nos referimos que a primera vista su poesía bien podría considerarse como un correlato del deterioro del país, del aire de fracaso general que en él se respira. La imposibilidad de representar el paisaje señala problemas sociales en los que media la naturaleza. Ya bien lo dijo Gina Saraceni (2015): escribir de espaldas a la alabanza significa entonces afinar el oído para escuchar «un sonido que tenía el ancho de todas las cosas» no con el fin de acumular un saber, sino de registrar un sentir que se dispersa[2]. Pero este no es solo un rasgo que caracterice la poética de Igor. Lo que parece imponerse en la poesía venezolana reciente es una desconfianza en explicaciones fáciles y «visibles» de la decadencia padecida en el ámbito público. Sus voces, suelen provenir no de la superficie sino de la hondura.

XXVIII
¿Dónde están las ruinas veneradas de la naturaleza si hoy lo que encontramos son los escombros de un río fecal? ¿Cómo seguir creyendo en el paisaje como representación bella y agradable? El paisaje contemporáneo (de insistir en este término) sería una representación pervertida, intervenida, impura: una cordillera de desechos. ¿Cómo saltar valiéndonos de una estrategia lírica por encima de este presente y volver a escribir sobre unos árboles que cabecean y rumoran entre ellos necedades? (El llano ciego, 2006, p. 268)

En este sentido, cada libro de Igor constituye una etapa de su proyecto estético que se enuncia –según la perspicaz definición de Gina Saraceni– como una poética de «espaldas a la alabanza y en contra de la épica modernizadora»[1]. Su canto a la naturaleza lejos de ser un canto sublime se instaura en la alteridad, en el descubrimiento de la concepción del mundo y de los intereses de un otro. «Escribir, escribir sobre ese lugar dándole la espalda»leeremos en El llano ciego (2006).

Gran parte de la singularidad de la poesía barreteana reside en la contemplación pausada pero atenta del paisaje. Su voz lírica, no entera pero ya personal, desde las páginas de Crónicas llanas (1989) es entrañable la simbiosis entre la poesía y la crónica, canta la voz de un llano en apariencia simple pero que en el fondo delata la inquietud ante los inevitables contrastes que trazan el sentido mismo de vivir en el llano:

Escuchando en silencio a
Don Julio César Sánchez Olivo

En esas soledades
podía sentir el sonido de un bongo
aun a la distancia.
Incluso,
de acuerdo al ritmo
y tenor de los pasos
sobre el entablado de la embarcación,
adivinar su forma
y largura.
Algunas tardes, después de la lluvia,
escuchar la campana de un pueblo lejano
era posible.

Un sonido que tenía el ancho de todas las cosas.
Un hombre
salvó su vida al oír a sus asesinos conversando
cuando estos venían a tres kilómetros de su casa,
otro
preparó la llegada de su hijo: durante la noche
le escuchó encender la radio,
por caminos con olor a bosta
y luciérnagas.
Todo era afinar la voluntad y el oído
y sólo eso fue en aquel tiempo,
mi mayor ventura. (Crónicas llanas,1989, p. 45)

«Todo era afinar la voluntad y el oído» esa es quizás la seña de identidad más importante en la poesía de Igor, escribir con oído absoluto. Recordemos que la poesía es apertura sensitiva de lo que no está directamente presente, y en buena parte de la poesía barreteana no se ve, no se fotografía el paisaje, tampoco se corrobora lo visto; es el oído lo que hace audible lo inicialmente silencioso, o la voz no escuchada y sobre todo la salvación del poeta. Afirmación que puede suscribirse con propiedad en los siguientes versos:

Nocturno de viaje

EL zumbido
de los zancudos
alrededor
del mosquitero
es una lancha
que me sigue
a lo profundo
del sueño. (Crónicas Llanas,1989, p. 75)

Se sugiere que una de sus preocupaciones como poeta, siempre fue el capturar lo que estos sonidos esconden y preguntarse sobre sus implicaciones y alcances. Registrar el sonido de la experiencia con el propósito final de hacer audibles y legibles las zonas más ruidosas de la experiencia humana donde resuenan restos de vida y de historia.

Cotidiana

Cuando escucho desde mi cabaña
que una lancha se acerca
alguna escena de amor retorna a mis pupilas:
¡Qué noches esteladas!
Un rostro apoyado
en la ventana del hotel
y el canto del gallo
desde el patio de ladrillos rojos.
La nave pasa,
y lo soñado vuelve a ser el musgo de mi estancia:
otra vez oigo el zumbido de las abejas
en la humedad de unos mangos caídos. (Tierranegra, 1993), p. 122)

Percibimos como el oído en su poseía desplaza la mirada como órgano «único y divinizado que segmenta la naturaleza» (El llano ciego, 2006, p. 241) propia de la tradición romántica e idealista. Otro rasgo que corrobora su compromiso con la ruptura de estos ideales. Tal como se nos muestra en Soul of Apure (2006):

En mis oídos están mis ojos.

En esta hora tercia la noche contiene los cantos de los gallos,
almas emplumadas de negror: el gallo lobo, el que se agacha
para cantar y lo hace con sentido de lejanía; el gallo que canta
con la determinación del Ángel Gabriel espantando las sombras
y el que entona como un clarín para ahuyentar el sueño.
Un perro ladra en versos pareados. (Soul of Apure, 2006, p. 192)

Lo que es lo mismo, ya no será el sentido de la vista al que el poeta apele para la comprobación de su ser con el exterior, será el oído quien capture y registre las resonancias y los tonos de todos aquellos elementos sonoros que transitan por el llano (voces, ruidos, léxico). También es necesario destacar que al hacer de un acto de escucha, esta no aspira a la total comprensión de los contenidos que va registrando, lo importante aquí es la vibración de esas historias y su intensidad:

LV

Desde los comienzos sentí el deseo de imprimir mayor sustantividad al verso. El primer recurso al que apelé fue a la imagen. Organizar el poema mediante un «montaje constructivo» a la manera pudovkiana, donde el ordenamiento de una serie de tomas componían las estrofas, y así, secuencia tras secuencia, hasta el final del texto. Era sólo ingeniería visual. Aquel modo que privilegiaba el sentido de la vista contenía en su diseño figurativo el germen de su propia destrucción: el poema y la palabra perdían resonancia y ganaban en exceso racionalidad. Fue entonces que vino a mi mente la imagen de un pescador de orilla oculto en un recodo del río, entre el bosque de galería, mirando sin perder detalle la superficie reflejante del agua. Mirar, y al hacerlo, poner toda la intensidad del que está escuchando con sobrada atención. He ahí la respuesta (me dije): mirar como el que escucha. Relacionar la vista con aquel sentido, el del oído, que para San Juan de la Cruz era el más espiritual de todos. Así, el mundo representado en el poema adquiría mayor profundidad y su imagen resonaba con emoción humana. (El llano ciego, 2006,  p. 301)

Estas voces del llano, como hemos visto, estaban perdidas entre la idealización y la alabanza propia de la tradición romántica; y de ellas, Igor recupera los ecos que vienen desde el horizonte, las voces que la muerte silenció a orillas del río, los ruidos de la modernización bajo un tono de añoranza capaz de revelar una dimensión fundamental de su poesía. Una poesía que contiene el habla de lo común: las emociones, los miedos, los afectos de la gente. Esta peculiar manera de poetizar lo vivido, se comprende y se comprueba en el siguiente poema:

XL

La vida de un hombre transcurre construyendo, afinando una o muchas historias. Relatos donde el narrador resume las claves de su existencia, su relación con la naturaleza, los hombres y las cosas. Le oí narrar a un pescador cómo su hermano murió ahogado en un río, relacionando aquella fatídica hora con el canto del paují oculto en los bosques de galería. Para él era la voz de la soledad y el silencio. Estos relatos desarrollan con fuerza realidades profundas. Refieren de manera sesgada el mundo íntimo del que cuenta, sus intereses y preocupaciones: esas son las historias esenciales. Las busco, las descubro y las elaboro en forma de poemas (El llano ciego, 2006, p. 282)

A su vez, otro rasgo que define su identidad y va en relación con el afán de reinventar la puesta en marcha de la poesía contemporánea y apartarla de lo que hasta la fecha el canon de la literatura venezolana permitía, consistió en romper con el imaginario que implicaba también poetizar a contraluz. «La poesía utilizó el mismo esquema lumínico. Desde Andrés Bello hasta poetas muy recientes se repite y repite la retórica de la luz» (El llano ciego, 2006, p.  261), así que Igor canta desde el esplendor entrañable de lo oscuro. A partir de Crónicas llanas (1989) podemos rastrear el vértigo de la opacidad que se ensancha en la intimidad, y la noche junto al poeta cantando los objetos sensibles a oscuras. Si se nos permite el atrevimiento, podríamos decir como reescritura a Gerbasi «Venimos de la noche y hacia el llano vamos» en poemas como el ya citado «Nocturno de viaje» o «Nocturno (Febrero 1996)» perteneciente al El llano ciego (2006), y a continuación dos ejemplos más:

Nocturno

Durante las noches de mi infancia
mi madre
saca una silla frente al portón
y duerme
con el abanico de palma moriche sobre las piernas.

El técnico del taller donde reparan radios
está aún
bajo una lámpara de luz muy pálida.

Durante las noches de mi infancia
los bulbos de una radio desarmada
vuelven a encender su voz
y de nuevo la voz desaparece.

Entre las ramas de un samán
transcurre el río:
se diría que esa noche
da a su paso
un tono
más lento.

Durante las noches de mi infancia
escucho el rugido de los tigres
de la casa de los ingleses:
pobres animales enjaulados en torno a una piscina.

Yo sé
que tras el muro
lamen sus garras
y amurrungan los ojos.

Mi padre ha llegado en su jeep
y unas lechuzas lo sobrevuelan.

El único ratón de la casa da las nueve
porque a esa hora corre
y atraviesa la sala. (Crónicas llanas, 1989, p. 55)

En contraposición a las representaciones canónicas de la retórica de la luz, el tema de lo nocturno en sus versos no expresan desesperación, más bien, en su mayoría, encuentran consuelo en la noche. La oscuridad de la noche contra la oscuridad del día, que sin duda se torna alegoría de dos conceptos estéticos distintos. Estos poemas son declarantes de la voluntad del sujeto poético de experimentar con nuevos esquemas formales que lograr captar una nueva visión de la poesía y de la naturaleza. Las ideas en cuestión aparecen reflejadas en el poema «Celebración del color negro»:

Celebración del color negro

Brilla la luz, festejando la pureza del color negro:
el azabache negro,
el origüelo negro,
el que celebra el hocico del puerco en mitad del bosque.
Lo canta el grillo
inmóvil y orgulloso
bajo su dura piedra.
El espacio negro donde mi corazón palpita;
esponjado fieltro
en el que soy plena duración,
lento movimiento de aires y emociones.
El jervedor
ama lo intenso de sus plumas negras:
la pura forma
sin sombra de luz.
La que anida en intrincado nido la coitora.
El negro profundo
de donde penden las galaxias,
como adornos
en el pelo
de una mujer oculta. (Crónicas llanas, 1989, p.54)

Para cerrar este segundo apartado, podemos establecer que a partir de la contemplación pausada del paisaje, cada obra constituye una pieza en la totalidad de su proyecto estético, haciéndose parte de su composición multiforme concretada como un reflejo del mundo. Mundo que se construye por la referencia a su llano natal, representado en la tarea del escritor, con faceta ornamental, y por otro; y otro -quizás  más importante- el deambular del viajero que conoce, vive y siente la dura estepa del llano, la tragedia de los incendios, lo que trae consigo los tiempos lluviosos, la muerte que emana del agua, los claros y sobre todos los oscuros;  árboles, animales y su gente. Su itinerario expresivo se hace inexorable.

Podrían pasar los años

Podrían pasar los años y llevar la cuenta
de las cosas que bajan por el río:
árboles, vocales de un mundo
que sólo imagino
y escribo.
Toninas y caimanes
en eterna cacería.
El sabor de otros ríos
que no conozco
y que una tarde
inclinado descubrí.
Las páginas pasan
y de esa enumeración
forman parte
este cuerpo
y unos lotos morados. (Tierranegra, 1993, p. 130)

Atentos a la totalidad de sus poemas, o por lo menos a algunos de los que no pueden menos que imponérsenos como reveladores de la personalidad del poeta, con la ayuda de estos poemarios, hemos situado, la silueta –y no desdibujada– de cómo Igor Barreto fue sensible a lo que se dejó de lado: al color, al sonido; de cómo lo solicitó el paisaje. En definitiva, tanto por su contenido como por sus implicaciones estilísticas, son estos cinco poemarios Crónicas llanas (1989), Tierra negra (1993), Carama (2000), Soul of Apure (2006)  y El llano ciego (2006) un lugar donde la creación poética es  desarrollada como proceso-en-proceso, entre tanto espacio de proliferación y sentido que conforman en conjunto la refiguración de la tierra, como bien la denomina Antonio López Ortega[1] o como nosotros la hemos denominado poética del paisaje. Calificarla de tal manera pretende que en el fondo esa poética encubra no solo la problemática subyacente que –como hemos visto– trata sobre la dificultad para representar un paisaje desvinculado de los códigos poéticos y literarios de décadas anteriores, sino que de aquí en adelante su amplio estudio muestre una visión panorámica de lo que una parte de la obra poética de Igor Barreto contiene. No por definirla poética del paisaje queremos que se entienda que estamos reduciendo su obra o buscando encasillarla en una categoría. La visión de Igor es la de un escritor integral reflexivo y vigilante, impulsivo y experimental. La modificación del tipo de ejercicio poético que hizo de Soy el muchacho más hermoso de la ciudad (1987) a Crónicas llanas (1989), la apertura de voces, temas, registros y búsquedas formales, que caracterizaran a toda la poesía barreteana, los temas, el vocabulario, son prueba de cómo las nuevas y siempre constantes preocupaciones se hacen materia poética, probablemente, como resultado del ejercicio poético que Igor afanó en el grupo Tráfico, que buscaba –entre otras cosas– hacerse auténticamente poético en la medida en la que se llegase a manos de más hombres corriente.

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Referencias:
[1] Antonio López Ortega. Ígor Barreto o la refiguración de la tierra. Prólogo. El Campo/ El Asesor. Poesía reunida, 1983-2013. Barcelona: Pre-Textos, 2014.
[2] Gina Saraceni. De espaldas a la alabanza: Igor Barreto. Chicago, octubre-noviembre 2015. p. 5.
[3] Octavio Paz.  Los hijos del limo. Del romanticismo a la vanguardia, Barcelona, Seix Barral, 1986, p.128.
[4] Gina Saraceni. De espaldas a la alabanza: Igor Barreto, Chicago. 2015.

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Isabel Vega. Mérida, Venezuela, 1992. Licenciada en Letras mención Lengua y Literatura Hispanoamericana y Venezolana de la Universidad de Los Andes. Oír del llano ciego forma parte del conjunto de capítulos que abordan aproximaciones teóricas a la obra del poeta venezolano Igor Barreto y que constituyen el trabajo especial de grado para optar al título de Licenciada en Letras por la Universidad de Los Andes.

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