La rapsodia de Hans Thill, un poeta todo oídos

Por Geraldine Gutiérrez-Wienken

El soliloquio es mi arma.
Hans Thill

De las calles del tiempo afloran las palabras, el rumor de lo continuo. Según el poeta alemán Hans Thill (1954) llevamos el mundo en las orejas, el patio de la infancia, los objetos y su piel, la memoria universal. «El oído es un barco / donde los vientos se cruzan». El oído del poeta traduce la dinámica de lo inacabado, oye la materia bruta de la realidad. Su extremada belleza aparece en una pluma sin pájaro, en el verde de la nostalgia o en «la carne de los pueblos». Hans Thill es un explícito representante del surrealismo, su Alter ego es «Hans Harfe», traducción literal de Jean Arp al alemán. A continuación, una breve revisión de su poética.

Soliloquio universal

El estilo de «Hans Test» (Test: prueba, ensayo), otro apodo que acentúa el afán exploratorio, cuasi arqueológico de Thill, debe ser entendido como una permanente búsqueda de estructuras para representar lo complejo de la realidad y la memoria. Según Thill, y siguiendo la onda poética de Raymond Queneau, su poema es siempre una «cosa extrema». La elaboración del texto implica un arduo ejercicio de despegue, decante y traslado de material sensorial, cavilado o no, al terreno escritural. A este ejercicio, se suma crudo y espontáneo el diario acontecer, que va desde un periódico que no sabe de papel, la dificultad de una posibilidad, la impaciencia de un quizás hasta «los funcionarios celestiales» (Agamben) y «las horas canónicas de los moribundos» y, no por último, «la carne caliente de las palabras» (Queneau). Así, entre paréntesis, aparece el recurso intertextual que Hans Thill deja colar conscientemente, en tanto «contextualiza», en su soliloquio universal. Por consiguiente, su poética constituye un cartograma reflexivo del habla poética de todos los tiempos.

Instalado de por sí en una trama y dinámica socio-universal, el soliloquio del poeta ostenta una tendencia política correcta, en el sentido de Walter Benjamin. Entrometerse en este soliloquio de Hans Thill implica un desplazamiento a través de polis universales y una continua confrontación con la historia colectiva e individual, todo esto expuesto en un cartograma poético de líneas o fronteras orgánicas. Dicho recorrido provoca, además, un efecto transgresor y al mismo tiempo re-creativo. «El soliloquio es mi arma», dice el poeta, entonces el mismo y su proceso creativo se convierten en un «arma» frente a situaciones absurdas o inaceptables, por ejemplo, frente a un «bosque halagado» que se abre a un ejército. Paradójicamente, el soliloquio funge también como un arma contra el agotamiento del propio poeta, ante el caos de la civilización, los desbarajustes e injusticias de su tiempo.

Cartograma lírico

Hans Thill es un apasionado de formas y experimentos. Su poética celebra la conquista de los poetas barrocos alemanes en torno a Opitz (1597-1639), Fleming (1609-1640) o Gryphius (1616-1664), quienes supieron ‘matrizar’ un alemán rudimentario (lenguaje coloquial, dialecto y una que otra agudeza provincial) en géneros literarios estrictamente elaborados como el soneto o la cantata. Entre estos géneros barrocos se encuentran también los Sylven o «bosques poéticos» que Opitz utiliza como «formas organizadoras» de la «lírica casual espontánea» (ovaciones, saludos, homenajes, etc.), pero también de la lírica de talante espiritual, intelectual y terrenal. Un referente venezolano sería la Silva a la agricultura de la zona tórrida (1826) de Andrés Bello (1781-1865), la cual fue actualizada recientemente por el poeta Harry Almela (1953) en su atinada Silva a las desventuras en la zona sórdida (2011).

Hans Thill desarrolla a partir de formales estructuras barrocas un mapa reflexivo de «contornos oceánicos». Tanto en el El libro de los pueblos (2014) como en el Consejero para Gente-cosa (2015), sus poemarios más recientes, hallamos referencias de la literatura universal, recurrencias históricas y Stimmungen (marea orgánica a tono con los estados de ánimos que la originan, según Hugo von Hofmannsthal) que fluyen, de modo simultáneo y cíclico, junto a nuevos registros, fragmentos y residuos que llegan a la oreja del poeta: una oreja parada frente al mundo.

Al mismo tiempo, el cartograma poético de Hans Thill sufre, debido a su estructura cíclica, líquida y elemental, un efecto de evaporación o agotamiento expresado por el motivo barroco del vanitas. Pensemos en Joseph Brodsky, en su verso lapidario: toda luz encendida alumbra / sólo el polvo. Entonces, las «pequeñas horas canónicas de los moribundos», el eclipse paulatino de los bosques urbanos y el motivo del polvo en el Consejero para Gente-cosa actúan poniendo freno a la vitalidad impulsiva de la exuberancia surrealista. Pues, el caos de la civilización, la esponja del oído y el tiempo, como dice Hans Thill, deciden las formas sin pedir permiso al poeta. En medio de este morir y nacer queda el cansancio y más aún, el motor de la rapsodia del poeta recopilando y escuchándolo todo, a contracorriente, pues incluso: Con las alas pegadas / rema el pelícano en la arena.

«De la sal del alfabeto sólo agua / quedará»

El alfabeto poético de Hans Thill, traductor de Apollinaire, Soupault, Queneau entre otros, se distingue por su carácter transitorio e irregular. Trabaja el poema hasta que lo soporta, reconoce lo arduo y laborioso del proceso creativo: el cansancio / una policía interna que tengo que soportar / mientras mi cuerpo penda en el aire, / de un ancla. En medio de esa conditio humana emerge la escritura, de los «fuertes dedos» del poeta. A propósito del proceso artesanal del quehacer poético recordemos a Mandelstam, cuya palabra irrumpe como un «joven delfín» en un siglo-bestia y, quien considera, además, «el ojo de un carpintero» como una genuina expresión de la belleza. Esto vale también en el arte: van Gogh, en sus Cartas a su hermano Theo compara el esfuerzo del pintor con el de un zapatero.

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Bien acota Hans Thill en su Cátedra de Poesía (2013): La rapsodia en mí aconseja escribir irregularmente. De este modo, estoy a la altura del tiempo, que utiliza formas sin pedirme permiso. De allí que el poeta tampoco tenga un tema predilecto: hago flecha de toda madera, dice Thill parafraseando a Michel Leiris. Dicha fórmula de enhebrar o entretejer alude el poema de Peter Huchel (1903-1981) sobre la facultad del poeta: una «araña» que de su propia sustancia o esencia crea el hilo con el que es capaz de tejer su propia tela para exponer su arte de cuerda floja, por demás fugaz. En este contexto, el «Consejero para Gente-cosa» de Thill subraya el talante efímero del habla: de la sal del alfabeto sólo agua / quedará –y en otro texto dice– del origen del alfabeto, /cuando esté listo, /algo como fatiga / quedará.

La fluidización del habla y del cuerpo es uno de los resultados de los ejercicios de los surrealistas. Ya desde el romanticismo, Novalis acreditaba sólo a los poetas para el manejo del elemento agua. La magia de la lengua expresada en la dinámica elemental de forma y movimiento, simbolizada por la ola, sugiere una tensión entre lo ilimitado y la búsqueda de estructuras, de orden –que el mismo poeta se impone– y en particular Hans Thill, un aficionado de formas babilónicas. Entonces, en su poesía: «pueblo», «consejero», pero también, «bosques», «alfabetos» y hasta los «moribundos» fungen como formas, cartogramas organizadores, en tanto traducen y revaloran el contenido, las zancadas del tiempo y el zumbido de las palabras, esos «insectos internos» que el poeta atiende con devoción.

«Gente-cosa». Este extraño neologismo o composición «Gente-cosa» (Zeugleute) refiere al artista August Klee (más tarde Klotz) de la Colección Prinzhorn de Heidelberg, iniciada por Hans Prinzhorn, entre 1889-1920. Este médico psiquiatra, historiador de arte y artista, recopiló, clasificó y estudió los trabajos artísticos de enfermos mentales del psiquiátrico de Heidelberg y de otras partes de Europa. Su libro Bildnerei der Geisteskranken (1922), traducido al español como Expresiones de la Locura (2012), se convirtió en la «Biblia de los Surrealistas», gracias al entusiasmo de Max Ernst, quien lo dio a conocer en París. Paul Éluard, Pablo Picasso, Paul Klee, E.L. Kirchner, por nombrar sólo algunos, apreciaron en estas obras artísticas la viva expresión de la necesidad creadora del ser humano, su arrolladora fuerza en las circunstancias más adversas.

En este sentido, la desesperada existencia, el Yo, «esfera» o «dado» –en la voz de Jean Arp– asalta, vira, dobla y recorta cosa, gente, espacio y tiempo, es decir, las formas convencionales para nombrar el Todo vital, a fin de mantenerse a flote en medio del indómito acontecer. Sé un zapato líquido/en tierra firme y en las tormentas un zapato fuerte, aconseja el surrealista Thill. Sabemos que todo es transitorio, también, en la poesía de este rebelde con causa pacífica, la cual desemboca, siempre, en la idea del Opus null de Soupault. Pero también sabemos que el rumor del tiempo no conoce tregua y, por consiguiente tampoco Hans Thill, un poeta todo oídos.

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Geraldine Gutiérrez-Wienken. Ciudad Guayana, Venezuela, 1966. Poeta, traductora e investigadora literaria. Estudió odontología en la UCV. Magister y doctorado en Filología alemana en la Universidad de Heidelberg. Poemarios publicados: Espantando elefantes (1994), Con alma de cine (XI Premio de Poesía, Excmo. Ayto. de Ciudad Real, España 2007), Castañas de confianza (2013). En el campo de la literatura comparada ha publicado numerosos trabajos de investigación y artículos en obras colectivas. Gutiérrez-Wienken forma parte del equipo de corresponsales de POESIA.

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